El resplandor de la pantalla del portátil inundaba toda la habitación. Estaba sufriendo el síndrome del la hoja en blanco. Estaba aprendiendo a escribir. No es que no lo hubiera hecho cuando tocaba en el colegio, sino que aspiraba a escribir una novela. Intentaba buscar la inspiración en internet porque el poder de captación del que siempre había gozado, parecía haberle abandonado. Navegada por distintas páginas especializadas pero siempre acababa en la misma. Le encantaba la web desafíosliterarios.com. Conocía a su administrador, un tipo simpático que escribía de forma muy divertida y original. Quería colaborar con él, pero nunca encontraba el momento adecuado.

Decidió salir a pasear. La calle estaba vacía y apenas se distinguía la luz de las farolas que quedaba difuminada por la intensa niebla, la misma que dejaba el suelo húmedo. Hacía frío. A lo lejos se escuchaba la cansina música de villancicos que algunas calles emitían sin parar durante todo el día.

Metió la mano en el bolsillo y nada más tocarlo supo de qué se trataba. Había estado ahí desde la última vez que se puso el plumón, el invierno pasado. El tacto le devolvió una amarga sensación. La forma, la rigidez de la cartulina y el tamaño no dejaban lugar a dudas. El contenido no era portador de buenas noticias. Nunca lo eran. Siempre aspiraban a ser un recuerdo alegórico que transmitiera buenos sentimientos, pero acababan siendo mensajes fríos , poco originales y todos iguales. La imprevisión, la desgana por el duelo, la falta de tiempo para reflexionar y las prisas, hacían que se utilizasen fórmulas viejas extraídas de cualquier lugar dedicado a la poesía barata. Sabía qué era , pero no de quién. Últimamente coleccionaba más de los deseados. Casi nadie los guardaba, pero tampoco nadie se atrevía a deshacerse de ellos. De alguna manera se espera que desaparezcan por sí solos, como si tuvieran vida propia y pudieran decidir quitársela. Estaban muy cerca de la muerte, pero podían llegar a ser inmortales. Se quedaban olvidados en cualquier bolsillo, cómoda, cajón o sobre una mesa o escritorio hasta que el paso del tiempo amontonaba cartas, libros y papeles sobre ellos, dejándolos también sepultados. Así, lejos de la vista, es más fácil alejarse de ese dolor. Inesperadamente, reaparecen y nos devuelven el sentimiento de culpa por ese abandono emocional. Entonces , sencillamente , se cambia de lugar y así se inicia uno nuevo proceso de distanciamiento.

Mientras seguía caminado cabizbajo, para ver por donde pisaba, pensaba en que la navidades suelen traer también sorpresas desagradables. Quizá ese recordatorio no le sirva para rememorar al difunto, pero sí para removerle la conciencia.