A ti que estás para bien saber, y Yo para mal contar… deja que te cuente un cuento oscuro…
El futuro prometedor se asomaba pacífico y con grandes esperanzas.
Toda la nación hablaba con el pecho henchido de orgullo, de sus grandes logros. Del liderazgo en ciencias e investigación. De las benignas repercusiones presentes y futuras que tendrían en los campos de la salud, la educación, la tecnología… la seguridad social; de seguir por ese camino. El sueño del anhelado bienestar, que implicaba invertir en lo importante y sostenerlo hasta que trascendiera. Seguros del acierto que estaban fundando y lo que significaba. La historia hablaría satisfecha y eufórica de ellos, y esperaban que la admiración y el reconocimiento internacional se sintieran con sus consecuencias generosas y de alto impacto. Incluso rezaban callados y con fe más creciente que la heredada. Presumían que la investigación vanguardista, tenía un nicho pertrechado en el corazón de la Ciudad capital más europea de América. Y peleaban porque los sueños sudamericanos; tan relegados y tercermundistas, se erigieran orgullosos en la primavera que soñaban sin esquinas rotas, y que sus jardines sin senderos cercenados, se bifurcaran y se cubrieran de aires buenos. Y no fueran nunca más motivo de desviaciones, extravíos y absurdos.

Sus alcances avizoraban un horizonte tan promisorio para el desarrollo comunitario, y sus acervos pronosticaban que arribarían al sueño de desterrar el fantasma de la inestabilidad, y de los descamisados.
Pero una noche que anunciaba insomnio, y sin esperarlo; un inquieto desvelado que leía Tratado de filosofía casera para una generación obtusa. ( de Enrique Brossa).

Sin imaginar la distancia de su gratificante y cautivadora lectura, con la realidad que se avecinaba; desgarró el silencio. Y entre sobresaltos y desesperación gritó notoriamente espantado.
¡Levántense, levántense!, ¡Son los tiras!, ¡La policía está derribando la puerta! ¡Corran, corran! Ay, ay, ayees plurales y dolientes… En unos instantes calificados de eficaces en la estúpida (in)cultura militar… la confusión, la violencia, el absurdo… y el terror, se apersonaron implacables.

Los gritos ahogaron el silencio, que de inocuo se transformó en turbio, y se cernía oscuro y amenazante sobre La Manzana de la Luces…faro que brillaba anunciando un luminoso porvenir, más allá de las cornisas decimonónicas y las callejuelas románticas, envilecidas por el nefasto poder político.
Las porras atinaban a callar voces sorprendidas, someter endebles defensas, reprimir desoídas quejas, romper codiciadas cabezas, quebrar lamentables huesos, aplastar impensables cojones y doblegar sistemáticamente voluntades, por férreas que fueran.

Un bestiario domesticado en artes de represión, se abalanzaba contra una destacada comunidad de alarmados estudiosos y científicos, que ignoraban porqué la ciencia no explicaba sobre las tenebrosas verdades de los oscuros laberintos del poder y sus conjuras aterradoras. Y éste, temeroso de las mentes claras que se erigían como ultimátum inminente de la ignorancia; ceñía su garra de control que intimidaba y reprimía a los más adelantados; con golpizas, destierros, desapariciones forzadas y protegidas a la sombra del control de los órganos que les servían.

La luz siempre ha sido una amenaza para las oscuridades.

Otro verano que se iba a la porra, con un recuento despreciable de atropellos y represiones como signo vergonzoso que se resistía a caducar, haciendo transitar en reversa los adelantos forjados a fuerza de tesón, aptitudes y competencias.
Pero la memoria es testimonio perenne de los valientes que transitan sin la dejadez ni la indolencia, comprometidos con un futuro que, siembra quizás; más prometedores que el ocaso impuesto.
A ti, sí… A ti, y a ti, y a Vos, a Usted , a los otros, y aquellos, incluso a los Del lado de allá, a los Del lado de acá, a los sordos y a todos, que no están para bien saber; y Yo, que si estoy dispuesto para mal contar, disculpen mi perorata, y dejen que siga con este cuento oscuro…tan insondable y ruin, que apagó la Luz en la Manzana de las Luces… Ahí donde la verdad que se forjaba a ciencia y conciencia, se doblegó a fuerza y dominio de bastones largos, de porras y gatillos. Y con ello, esperanzas que refulgían se fueron opacando.
El conocimiento emigró, la cultura amedrantada optó por la discreción, los clandestinos se multiplicaron, el intelecto notable se fugó en autoexilio. El temor fundado era la sospecha, y el terror impuesto la más ominosa de las verdades.

El espanto creciente y la abominable amenaza empezó a galopar al descampado y con alarmas; en los barrios, las comunas, las escuelas, las universidades, en los confines más australes, a todo lo largo y ancho de una tierra generosa, sufrida y sabia. Que parió un pueblo claro, decidido, orgulloso, gigante, de corazones empecinados, con el orgullo tronante de herencia, admirable en la ciencia, las artes, la música, literatos siderales y el talento popular. Que con brillo de estrellas refulgentes, fueron reduciendo y amansando las aguas hasta sus cauces.
Y hoy los fuertes vientos de la sudestada, que pronostican inviernos feroces, son caricias solidarias que refrescan el carácter y el espíritu de todas sus luces en ciernes, promesas que otean horizontes menos efímeros y fugitivos.
Un viento intenso y frío, despeja las torpezas y nubosidades acumuladas. Y ayuda a descongestionar el ambiente y las conciencias que irradian como mareas, a lo largo de sus comunas y ciudades, como ríos y mares que refulgen en sus tierras largas y anchas.

Luces de plata atentas y dispuestas a dar la cara menos grave, por la dignidad; en la calle, en los trabajos, en la clandestinidad. Y para donde el huarache apunte, como brújula pueblerina y sabia, pintar la huella y su latido. Latidos resilientes que harán eco como campanas, para levantar un monumento al orgullo y a la sangre erguida, que se manifiesta insolente, decidida, multiplicada, bendita y a viva voz, generación tras generación, en la Plaza que sucede a los abriles robados.

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