Era de color rojo el único cuadro de aquella habitación blanca.
Me pregunté a quién se le puede ocurrir enmarcar, tan lujosamente, un simple lienzo escarlata. Me acerqué a contemplarlo, intentando descifrar la atracción que despertaba; los fuertes trazos arremolinados me incitaron a acariciarlo por su centro y entonces, mis dedos fueron absorbidos con tal fuerza que, hube de intentar frenarlo con la otra mano.
Así fue como entré en este laberinto.
Ahora ¿Puede usted decirme cómo volver a mi hotel?