Vivir, vivir, vivir… ¡Qué manía con vivir! ¡Como si no hubiera nada mejor que hacer! ¡Piensa en alguna  otra cosa, en vez de pasar todo el rato viviendo! ¡Sin parar de existir a toda costa! ¡Pero qué empeño es ese!

Vivimos tanto que nos tenemos que ver continuamente repitiendo errores. ¿Para qué? Necesitamos un sistema de obsolescencia planificada, como cualquier producto de hoy en día. La vida es larga. Yo sé que todo el mundo se empeña en decir lo contrario e interpretarán que trato de incordiar con estas sentencias que nadie comparte, pero insisto: la vida es larga, es demasiado larga. No estamos pensados para resistir tanto. No lo digo por las prótesis dentales, o los problemas en cervicales y las artrosis, sino por cosas más importantes, más aún que el alzheimer. Por ejemplo, la alopecia de los hijos. ¿A algún padre le gusta ver cómo su hijo se queda calvo? No. A los hijos se les quiere ver crecer, pero no envejecer y menos empochecer. No tiene ninguna gracia. Sobran años a nuestra vida. Por eso interesa casarse tarde; que no sea fácil ver ajarse a los niños. Y hay que suprimir la cotización obligatoria a la seguridad social. A mí que me dejen morir cuando diga la naturaleza, porque al natural todo da mucho más gustito, como decía siempre una amiga del colegio. 

Tengo un hijo todavía pequeño. No quiero saber de sus divorcios, sus paros, ni sus declives. Quiero fallecer cuando él esté en pleno apogeo, y me traiga un nieto, como espero que habrá hecho para entonces el resto de mi descendencia.Y entonces ya, dejar de respirar, hombre, que ya llevo mucho con eso. Siempre aire para fuera, aire para adentro; aire para afuera, aire para adentro… ¡Ya está bien!  Dejar de palpitar por fin, no durar más y poder dedicarme de una vez por todas a otras cosas. Porque si te paras a pensar, descubres que vivir no te deja tiempo para nada más.

Photo by volante