Carlos Roncero, es escritor, guionista y profesor de Historia en Tenerife.

Es una persona entregada a su trabajo,  lo vive con verdadera pasión. Y precisamente, con esa misma intensidad, intenta transmitirlo a sus alumnos. Tiene la esperanza y el deseo de despertar en ellos diversas inquietudes, y poder generar así, debates.

Es un gran amante del Cine, el Arte, la Literatura, el Fútbol, la Política, y Viajar. Acepta de buen grado las criticas, encajándolas como parte del aprendizaje, lo cual demuestra aún más su humildad.

Sus novelas:

-Clara Dice  (2009)

-Los Trenes Perdidos   (2010)

-Mis Ojos Llenos de Ti  (2014)

-Entre el Esperpento y el Escalofrío (2015)

-La Extraordinaria Historia de Juan Barreto  (2016)

Puedes seguirlo en su Blog: http://carlosroncero.blogspot.com.es/

 

Carlos, defínete si te atreves.

Tampoco es para tanto. Soy un soñador empedernido que, quizás por ello, se ha llevado muchas decepciones pero que nunca pierde la esperanza. Es como un ciclo: soñar, realidad, decepción, esperanza, soñar…. Como cuando pongo la bonoloto.

—Sabemos que tienes diversas pasiones: La enseñanza, el cine, la música y la literatura (no necesariamente por ese orden). Sé que dirás que con todas y que además se complementan e interactúan. Pero si tuvieras que elegir solo dos… ¿de cuales prescindirías?

Imposible, de verdad. O todas o ninguna. Son los cuatro jinetes de mi apocalipsis.

—Carlos, tu primer libro, «Clara dice» es impactante por su temática, tan dura como actual. Expones la peligrosa relación de los jóvenes y las nuevas tecnologías. Muestras lo dañinas que éstas pueden llegar a ser. ¿Crees que debería ser lectura recomendada en los colegios?

En los colegios y en los hogares. Adolescentes y adultos. A todos nos incumbe por igual. Cuando doy charlas a los adolescentes que han leído el libro siempre les pregunto si les ha gustado. Me dicen que sí; un sí entusiasta. Entonces les pregunto si lo recomendarían a sus amigos y me dicen todos que sí; un sí más entusiasta todavía. Entonces les pregunto si se los darían a leer a sus padres y me contestan todos que no. Un no prolongado y alarmado. Es uno de los problemas de ser adolescente, siempre piensan que lo malo no les va a pasar a ellos y que controlan. No quieren supervisión adulta y mucho menos la de sus padres, y más teniendo en cuenta que la idea de la novela es que los adultos deben de tener más control sobre el uso que de Internet hacen sus hijos. Pero es misión imposible. Ahora los niños tienen acceso a Internet ilimitado y sin apenas control con sus móviles desde los once o doce años. Los padres, en general, siguen pensando que es un juguete para sus hijos. Por eso pienso que también es necesario que lean la novela los adultos. La novela tiene muy buena acogida en los centros donde se ha programado. Precisamente, en junio estaré en el liceo francés de Bilbao comentándola con los alumnos.

—En buena parte te conocemos a través de las redes sociales. Estas parecen tener la culpa de todos los males de la humanidad. En cambio, también se pueden utilizar para construir y transmitir cosas positivas. ¿Cómo crees que se debería regular la utilización de esas potentes redes sin caer en la censura o en la privación de la libertad de expresión?

Pues creo que no se deberían regular. Censurar no es la solución. Educar, sí. Con la educación se aprende también a elegir, se aprende a diferenciar lo que es dañino y lo que no; se aprende a contrastar a ser curioso, a dudar.

—¿En qué medida tu profesión de docente ha influido en ella?

Pues supongo que en mis ganas de difundir y explicar, de comunicar, de contrastar y de debatir. Es lo que hago con mis alumnos. Siempre les digo que duden de todo, pero en especial de mí. La duda y la curiosidad son los mejores maestros. Si te vas a creer lo primero que leas en internet vamos listos.

—¿De verdad estás convencido de que «las revoluciones lo cambian todos para dejarlo todo igual»?

Absolutamente, y ahí están los ejemplos en cada revolución que se ha hecho, aunque es importante que hayan tenido lugar. Es un “quítate tú para ponerme yo” disfrazado con ideales muy bonitos pero que, en el fondo, persigue que una minoría siga controlándolo todo. En realidad, la frase es “si queremos que todo siga igual, es preciso que todo cambie” y es de Lampedusa.

—De ser así, sólo nos queda soñar. Precisamente de un sueño nace tu novela «Mis ojos llenos de ti» En este caso la temática también es un tanto triste. ¿Te gusta situar a tus personajes en situaciones límite?

Claro, por eso soy un soñador. Demasiadas decepciones, también con la Historia.

“Mis ojos llenos de ti” no es un libro triste; es un libro intenso salpicado de humor y tristeza, pero, sobre todo, de esperanza. Es, propiamente dicho, una tragicomedia romántica. Sí que soy partidario de llevar a los personajes al límite, de lo contrario no habría conflictos que contar o desarrollar. Sería todo muy plano. En esta novela los límites son la marginación y la pérdida de nuestros seres queridos. Este de la muerte es un tema tabú en nuestra sociedad occidental y por eso nos cuesta tanto recuperarnos de esas pérdidas. Nadie nos enseña a administrar y reciclar el dolor. Luego viene cualquier cantamañanas con su libro de autoayuda y se forra.

—¿Por qué la sitúas en un cementerio?

Porque fue lo que soñé: un niño que espiaba a una niña que tocaba el violonchelo frente a una lápida de un cementerio. A partir de ahí mi imaginación se disparó. Además, me sirvió para tratar el tema de la muerte, que, como dije más arriba, es algo de lo que siempre evitamos hablar, como si así pudiéramos librarnos de ella. Quise familiarizarme con la muerte y, de paso, vencer viejos fantasmas míos.

—Los héroes no buscan su destino. Se lo encuentran y reaccionan espontáneamente. En tus novelas los personajes suelen ser muy emocionales y tienen que superar momentos difíciles. ¿No crees que estamos educando a los jóvenes sin prepararlos para las embestidas de la vida?

En efecto. Los padres de hoy en día, los de nuestra generación, están quitándoles todas las piedras del camino a sus hijos. Entiendo que lo hagan pero así les están perjudicando más que beneficiando. Los niños han de tropezar y caerse, y levantarse solos, de lo contrario, cuando entren en el mundo laboral o cuando se relacionen en la universidad se van a encontrar con problemas que sus padres no podrán resolver porque no están ahí. Eso hará que no sepan encajar ni administrar los fracasos (y todos tenemos fracasos) y se frustrarán y se rendirán con facilidad.

—¿En qué hemos fallado, como sociedad, para que los héroes de los niños sean modelos como los jugadores de fútbol soberbios y egoístas?

Los héroes deberían de ser los padres, pero, siendo honestos, eso nunca sucederá. Los niños no son capaces, ahora y antes, de entender la heroicidad del sacrificio de sus padres. No es reprochable, son niños. También es verdad que, a veces, los padres contribuyen a que los niños idolatren a esos modelos que has mencionado. Es una forma de evadirse, de distorsionar una realidad que no gusta. Siempre pasará. Lo que he comentado más de una vez es que esos modelos, en este caso los cracks del fútbol, deberían ser más conscientes de la influencia que tienen sobre los niños y actuar de una manera más solidaria y menos soberbia. Y que conste que hay futbolistas solidarios, pero no la mayoría.

—¿Cómo se consigue narrar situaciones tan dramáticas de forma tan fresca, directa y sin caer en descripciones escabrosas?

No me gustan las descripciones. Me aburre escribirlas, me resultan pomposas. Es muy curioso porque no me gusta escribirlas pero sí me gusta leerlas (Adoro a Proust, por ejemplo). Probablemente sea una más de mis limitaciones como escritor. Soy muy esquemático, muy rítmico. Me obsesiona el sentido del ritmo en una novela, no aburrir. Viene de la influencia que tiene el cine sobre mí. Me gusta describir emociones; ahí sí que me encuentro cómodo. Por eso disfruto mucho escribiendo en primera persona, aunque eso limita las posibilidades para el personaje. Por ejemplo, no puedo escribir en primera persona y morirme. El lector sabe que ese personaje no va a morir. Me gusta meterme en la cabeza de los personajes, ser ellos. Uno de los mejores halagos que me han hecho como escritor es cuando me dicen que parezco una mujer cuando escribo. Por ejemplo, el personaje de la madre de Clara, que habla en primera persona. En “Mis ojos lleno de ti” he ido más lejos y he entrado en la cabeza de un muerto.

—Entre estas dos novelas escribiste «Los trenes perdidos». Tú misma la catalogas como una comedia deliciosa ¿Qué encontrará el lector en ella después de leer «Clara dice» y quedarse con ganas de más?

Pues encontrará todo lo contrario a “Clara dice”: alegría, risas, amor, esperanza. Es una comedia coral donde todos los personajes terminan entrecruzando sus destinos en un balneario de Aragón. Está ambientada en los años de la Segunda República. Hay mucha influencia de Berlanga y Azcona en ella.

—¿Te documentas en la lectura, en viajes, escuchando historias de la vida real o simplemente recoges los datos que te dicta tu fértil imaginación? 

Me documento viendo películas. Desde los cinco años. Me documento en algo muy puntual, pero rara vez lo he necesitado, no porque lo sepa todo, sino porque hasta ahora no me ha hecho falta. Está claro que ser profesor de Historia (más el cine) ayuda. Luego está la música. Me inspira mucho.

—¿Tienes algún tabú o algo sobre lo que jamás escribirías? 

Buena pregunta. Mi profesión me limita, me autocensura. No llego a los límites. Nunca los he cruzado. Quizás no es lo correcto pero no lo puedo evitar. Lo más cerca que he estado de cruzar los límites es en “Malenka”, un caso del comisario Trápaga que aun no ha sido publicado y que, en mi opinión, es muy violento. Lo mismo me ocurre en Facebook. Cuido mucho lo que digo y cómo lo digo. Mi muro es abierto y mis alumnos me leen. No puedo predicar una cosa y luego comportarme de otra. No sería coherente ni honesto.

—¿Tienes algún truco para burlar el mal de la página en blanco? 

Sé que existe ese problema pero para mí es como una leyenda urbana. Jamás lo he experimentado. Ahora mismo tengo cuatro novelas en mi cabeza que fluyen cada una a su ritmo y no tengo ni idea de cuándo las escribiré. Nunca me ha faltado la inspiración.

—¿Qué novela famosa te hubiese gustado escribir tú y no su autor? 

Esta es una pregunta que no puedo contestar. No puedo pretender ser otro escritor ni quitarle sus méritos, aunque sea fantaseando en mi cabeza. Nunca llegaré a la altura de los grandes, de eso estoy seguro, entre otras cosas porque mis capacidades para describir son muy limitadas. Ya quisiera poder escribir como Galdós, Wilde, Hugo, Cortázar o Marsé, por citar algunos. Recuerdo que una vez en París hice un tour (nunca mejor dicho) por las tumbas de los grandes escritores ahí enterrados a ver si se me pegaba algo. Por supuesto, no se me pegó nada pero fue emocionante.

—¿Sigues algún ritual antes de ponerte a escribir? 

Escuchar música. Imprescindible. Siempre digo que la canción o el tema musical (mejor sin letra) me elige a mí para ponerme a escribir. Otra de mis normas es que nunca empiezo una novela si no sé cómo va a terminar. Eso quiere decir que desde que empiezo la primera página ya sé cómo va a terminar. Lo que pasa en el medio no lo sé, ya me lo irán indicando los personajes. Y no soy capaz si no es así; lo he intentado, pero nada.

—¿Qué personaje de novela te gustaría haber conocido en persona y llevártelo a cenar? 

A Lord Henry, de El retrato de Dorian Gray. Pero que pague él.

—¿Qué tratas de esconder de ti mientras escribes?  

Mis ganas de ser como mis personajes. Tengo una novela que no se ha publicado y que se llama “Un error del sistema” en la que salgo yo, con otro nombre, claro, pero soy yo. Disfruté mucho siendo yo, pero, sobre todo, disfruté con la evolución del personaje.

—Una mujer se escribe cartas a sí misma y las envía por correo. No está loca, está enamorada…del cartero. Es tan tímida que se ve incapaz de decirle nada por lo que se contenta con verle cada semana cuando le trae su carta… Hace poco nos has mostrado esta curiosa historia ¿Te atreverías a escribirla en forma de novela?

Sí, claro. Ya cuando la comenté en Facebook me la estaba imaginando. Tiene un maravilloso punto de partida, o de llegada.

—¿Considerarías a tus novelas muy cinematográficas?

Absolutamente. Creo que he sabido trasladar el ritmo cinematográfico a mis novelas. Me aterra aburrir al lector, de ahí mi obsesión por el ritmo. De hecho, yo nunca hablo de capítulos, sino de escenas. Probablemente, en realidad sea yo un guionista frustrado reconvertido en escritor.

—¿Qué novela tiene más de ti?

De las publicadas, “Mis ojos llenos de ti”. Leonardo tiene mucho de mi pensamiento y de mis gustos, aunque yo no soy tan cascarrabias ni tan cerrado.

—Háblanos de tu último trabajo, La Extraordinaria historia de Juan Barreto

Pues es una novela de aventuras, de las de antes, a lo Emilio Salgari, solo que desarrollada en España durante el reinado de Carlos III. No es exactamente una novela histórica pues esconde una serie de sorpresas que mejor no desvelo aquí. Es un libro lleno de acción, humor, horror, tensión y amor. Un poco de todo. He hecho una segunda parte, no publicada aún, de la que estoy especialmente orgulloso. Los que la han leído me comentan que es mejor que la primera. Lo que no sé es si eso dice mucho de la segunda o poco de la primera.

—¿Qué proyectos tienes en mente? ¿Estás ya trabajando en alguno concreto?

Ahora mismo estoy dejando trabajar a mi cabeza hasta que decida cuál de esas historias a la que le doy vueltas me pongo a escribir. De momento, tiene más posibilidades la tercera entrega de Juan Barreto. Además, llevo ya unos meses enviando a las editoriales mis últimos manuscritos, “Un error del sistema” y “Malenka”

Agradecimiento especial a Meco JC y a Mara Marley por su entrega al realizar este cuestionario.