La niña buscaba desesperadamente su escuela, desorientada y aturdida caminaba entre los escombros, cansada ya de andar se le ocurrió una idea, tal y como se lo había enseñado su maestro, tocaría, así podrían escucharla y alguien vendría a por ella a socorrerla. En un intento por sacar la flauta de la mochila que apretaba contra su pecho, sintió un punzante dolor pero restándole importancia a tal anomalía y a la sangre que manchaba su viejo vestido siguió adelante para cumplir con el cometido de ser escuchada. Asustada dejó caer la mochila al suelo cuando una ensordecedora detonación hizo temblar los cuerpos inertes que llenos de polvo yacían tirados por doquier. La guerra le había arrebatado todo pero no lo que sentía cuando tocaba su flauta, estaba convencida de que la música la ayudaría una vez más a no darse por vencida y a encontrarle sentido a la vida. Con las dos manos sujetó con fuerza su instrumento musical, levantó la cabeza, irguió su cuerpo, cerró los ojos y sus pequeños dedos siguieron el orden aprendido en clase. Inspiró, retuvo el aire y comenzó a tocar.
María de la Luz