Intentaba no demostrar lo que sentía frente a dantesca imagen, pero el sudor en la frente, las manos temblorosas y una voz quebradiza lo delataban. Estaba aterrado.

  • Capataz – dijo mirando al subordinado – necesito que suba a mi oficina de inmediato.
  • Con gusto – replicó limpiando el aceite de sus manos.

La máquina llegó con la mayor tranquilidad del mundo, tomó la silla que tenía enfrente, la movió y se sentó derrochando complacencia y orgullo por lo que había realizado.

  • No me parece bien lo que acaba de suceder – dijo el humano aún con la respiración alterada – Cuando solicité su modelo, lo hice por las características que posee y que son muy cercanas a las de un humano.
  • ¿Lo que acaba de suceder? ¿Lo dice por…
  • Así es. Usted está acá para ordenar y supervisar el trabajo, no para castigar a los trabajadores y mucho menos para impartir justicia.
  • Las órdenes con las que fui programado me indican que debo hacer que esta fábrica funcione y es lo que realizo dia a dia.
  • Se lo agradezco, pero no lo deseo a ese costo.
  • Permítame contarle una historia – el hombre con las manos juntas y los dedos entrecruzados sobre el escritorio, asintió con la cabeza – Entre 1891 y 1908 al Rey belga Leopoldo II le fue cedida la administración de lo que se llamó El Congo Belga. Él logró explotar sus minerales y riquezas a tal punto que su fortuna se incrementó de una manera importante. Para que sus trabajadores tuvieran un alto rendimiento en sus funciones, daba ejemplos que podrían parecer perturbadores, pero que terminaron siendo muy efectivos. De no cumplirse las metas fijadas, estos eran mutilados; se les cercenaban las manos. Se dice que en un momento se cortaron tantas que llegaron a usarlas como moneda de cambio. – El rostro del hombre, que se había tranquilizado, volvió a palidecer – Si le preocupa la mano del empleado, déjeme decirle que no es grave. A diferencia de lo sucedido en el Congo, mañana ya estará de vuelta en el trabajo, reparado y con la mente puesta en sus deberes. Instalar una nueva mano es económico, además pueden volver al trabajo nuevamente, algo muy distinto a lo que sucedía con los congoleños. Esto nunca lo olvidará ni él ni su cuadrilla, y les motivará a realizar bien sus tareas. – Hizo una pausa – Cuando me solicitó a la compañía usted quería cifras positivas ¿cierto? – el hombre, en silencio y luego de pestañar respondió con un entrecortado Sí – entonces estoy cumpliendo con el deber asignado. Si no le molesta debo seguir vigilando a los empleados.- El humano le hizo un ademán autorizando que se retirara.

Cuando el capataz salió, el hombre limpió su húmeda frente y pidió un café bien cargado a su secretaria. Aún impactado por lo que acababa de escuchar, buscó en su dispositivo ocular los resultados del capataz y de forma paralela la historia del Congo Belga.
Cuando finalizó de leer, encendió el comunicador holográfico. Necesitaba realizar una llamada.

  • Si, hola, necesito comprar cuatro modelos de capataz del que ya me enviaron.
  • Lo comunicaré con el vendedor de su zona enseguida. Manténgase conectado por favor.

Al terminar, luego de varios minutos realizando el pedido, se acercó a la ventana que daba a la fábrica para observar el funcionamiento de esta. Mientras miraba como sus trabajadores ensamblaban con rapidez las piezas, se preguntaba si la historia que había sido contada por el capataz, le habría sido cargada en la memoria para utilizarla en determinados contextos o realmente la máquina había razonado de esa forma para maximizar resultados. Lo cierto es que esto poco le importaba. Su empresa iba viento en popa.