Los microplásticos estaban disueltos en los océanos y en los alimentos, alcanzando concentraciones patológicas. La doctora Jessica Michel Rivera, al realizar importantes investigaciones en poblaciones de organismos marinos, alertó del peligro que esto representaba. Como siempre, sus advertencias fueron ignoradas.
Actuaban como hormonas, produciendo una mayor incidencia de problemas psiquiátricos y neurológicos; además de sus efectos epigenéticos relacionados con la aparición de nuevos tipos de cáncer.
Las plantas crecían más rápido, había mayor CO2 produciendo mayor cantidad de azúcares que de nutrientes. Alimentarse sanamente era inútil, lo que se comía era prácticamente plástico con muchos carbohidratos.
No es extraño ver en este caluroso año 2056 a la gente deambulando las calles, gritando y violentando a cuanta cosa que se mueva; babeando, escupiendo sangre, ojos desorbitados. Son todos inviables genéticamente, son tumores andantes.
Es fácil calentar el plástico. Ahora, que este se encuentre disperso en el cuerpo, en cada uno de sus nervios y con la temperatura que tiene esta atmósfera sofocada, explica cómo puede perderse la cordura, al sentirse uno ardiendo sin tener ninguna flama quemándolo realmente.
Una época de conflagraciones, todo se incendia y extingue en efímeros instantes; edificios, calles, el pensamiento y en última instancia: la humanidad.