Todo estaba listo para el despegue. Los tres astronautas junto con  J.P., el primer turista espacial, ya se encontraban dentro del cohete y preparados para partir.

El bramido de los motores y una creciente sensación de vacío en el estómago, incomodó mucho a J.P.

«He pagado una fortuna por este viaje y me siento realmente mal», pensó, mientras tragaba una píldora sedante.

La nave comenzó su ascenso y recién cuando la Tierra se vio pequeña, J.P. se sintió mejor. Se desabrochó el cinturón que lo sujetaba a su asiento y se acercó a una de las escotillas.

— ¡Demasiado oscuro! Es similar a lo que veo desde mi sillón del porche de mi rancho—comentó, algo desilusionado.

—No se impaciente;  pronto la  podrá admirar muy de cerca—aseguró uno de los astronautas.

—B.F.R. reportándose. Todo en calma y normalidad. En unos 15 minutos estaremos circunvolando al satélite.

—Copiado B.F.R. ¿Nuestro pasajero está disfrutando del viaje?

—Positivo. Está muy entusiasmado, aunque no deja de criticar algunas cosas.

—Copiado. Volveremos a comunicarnos cuando pasen la zona muerta de comunicación.

—Entendido Houston. Cambio y fuera.

La Luna se veía cada vez más grande. Los enormes cráteres se podían observar con total claridad.

Los astronautas estaban ansiosos por ver la reacción del pasajero y lo invitaron a acercarse a la ventana central, la más grande, para que tuviera la mejor vista del satélite.

—Maravilloso ¿no?—dijo el comandante del vuelo.

—Mmm. Creo que he sido estafado. Esto, visto de cerca, es idéntico al desierto de Paradise Valley, en Arizona, donde vivo—aseguró J.P.

El comandante se alejó para comunicarse con Houston.

—B.F.R. reportándose. El pasajero descubrió el engaño. ¿Nadie averiguó que él vive en Arizona? Podríamos haber filmado otro desierto y no el mismo que usamos con la Apolo 11. Cambio y fuera.