Con destellos color bronce

los últimos rayos solares se filtran

por la tosca ventana de pesados cortinajes

y simulan ser fuegos fatuos

donde danzan

las inquietas salamandras.

 

¡El atardecer!…

la belleza del ocaso es patética

y deja una extraña sensación en el alma,

es como una dulce tristeza que alegra

y es como una amarga alegría que entristece

tiene sabor a veneno y embriaga.

 

En el candelabro de plata denegrida

arden tres velas aromáticas

y la luz con la sombra mezclada

dibuja oscuros figurines

en el añoso muro

de piedra gastada.

 

En el espejo de marco tallado

se vislumbran vagos reflejos

de ignotos y olvidados fantasmas

y desde el pasadizo húmedo

llega el rumor de los pasos

de los muertos que nunca nacieron.

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