El perfume de Dalila se prende a mi cuerpo como lo hacen las algas a las rocas. Dalila se niega a ser olvidada, me busca con su boca tierna y yo, como soy mañoso me dejo llevar. Dejo que sus manos acaricien mi topografía de hombre adulto.
Me vuelvo ante ella un esclavo voluntario de los aromas de su sexo, de sus piernas largas, de sus redondas nalgas, de sus caderas que como grupas de yegua fina cabalgan en mi bajo vientre disciplinadamente, de manera específica y excitante.
Me rindo siempre a su risa, disfruto de su tiempo, porque antes de ella mi vida estaba perdida en el olvido.
Sus manos delicadas acarician mi rostro. Primero los ojos, luego la nariz y por último, recorre también mi boca; su respiración me enciende y me pesa de manera deliciosa. Aspiro su aliento tibio que a la vez me excita, caigo en el abismo del deseo. Mi miembro endurece ante los movimientos de este cuerpo de diosa de ébano. Ya no hay melancolía, más bien su entrepierna es música para mí. Sus húmedos surcos me atraen hacia el disfrute de un placer largo y persistente, a la vez que me dejo llevar por sus movimientos. El niño que hay en mí actúa con impaciencia, pensando que tiene derecho a todo. La aprieto tratando de volverla uno conmigo.
Mi diosa, mi perla negra me detiene y luego se suelta libre, ardiente, jineteando. Nuestras experiencias son como si de un vendaval se tratara. Yo jadeo, ella suspira, gemimos, un grito al unísono sale de nuestras gargantas, retumbando en las paredes, en el suelo y nos golpea con fuerza aumentando la temperatura de la habitación.
Acaricio su espalda. Las líneas de su cuerpo, mejor dicho todo su contorno me despierta a la vida. La luz rojiza del atardecer se cuela por la ventana y su cuerpo que, aún sudoroso y caliente, reposa sobre el mío, trata de descansar mientras yo la venero silente y encantado. Dalila suelta una risa de niña traviesa, luego cae a un lado de la cama con los brazos en cruz y, entonces, mis dedos vuelven a pasear por sus senos bondadosos. Sus pezones se erizan, los beso y la beso y su lengua me sabe a dulce de regaliz. Respiramos al ritmo de las ansias que se avivan, nos agitamos con las danzas y los brincos de nuestras caricias nuevamente. La saliva se mezcla, los labios se mojan, los cuerpos se refriegan con avidez. Clamamos nuevamente por encontrarnos el uno dentro del otro alojando nuestras fantasías dentro del cuerpo y sobre la piel.
Dalila y yo nos recorremos con las miradas, nos enamoramos con las palabras, nos comprendemos con nuestras formas infinitas de ejecutar el amor y saciar el apetito que nos devora en la privacidad. Una descarga eléctrica nos invade, le pido más, quiero llevar sus huellas en mi carne. Ella, con sus extremidades de gacela, se aferra a mis espaldas y suplica agitada que la ame.
La amo, nos amamos, buscamos los cuellos, las orejas, bailamos en nuestras propias llamas.

Amigos, amantes, compañeros y cómplices .Estamos siempre en espera de otro encuentro más con la pasión que se queda después de las batallas corporales en la alcoba oliendo a amor del bueno, encendido y triunfante.
Mi rezo por la noches, mi alimento durante el día es ella, es Dalila mi reina Joven llena de soltura, locura y artificios que logra curar los achaques de este cuerpo maduro. Su presencia me santifica, es como el verso de una obra maestra donde las estrellas y el sol bailan a su alrededor. Dalila Es arte, vive para el arte de hacernos feliz. Su carne firme, su figura voluptuosa, su talle marcado se ciñe a mi cuerpo cansado. De su silueta tierna y salvaje emanan olores a flores de campo, a cilindros de canela dulce, al cardamomo del café de la mañana, al mar de la costa de Esmeraldas.
Hay mi Dios! , sus olores son cautivantes, en especial cuando nuestro amorío da rienda suelta a sus aguas que corren en mí como un riachuelo burbujeante. Ahí donde nace el placer, su olor me despierta, la exploro de maneras distintas, con mis dedos, con mi lengua y ella se deja, se deja hacer abriéndose a mí con gozo. Bebo de su intimidad la savia que me devuelve a la vida, ella se encorva y me devuelve el regalo succionando, mordiendo, acariciando trascendiendo con su habilidad y su belleza.