Dejar que la oscuridad
cubra la sábanas,
que se duerma
la noción de pecado.
Esperar que las prendas
se acostumbren a las sillas,
al piso, al sillón del living,
y que la piel sea nuestra única
vestimenta.
Estirar las manos
descubrir
reconocer
o recordar.
Dejar que sean los cuerpos
los que tomen el mando
mientras el cerebro descansa
de sus limitaciones.