Y quererte siempre te quise, como a tu piel, la amé tanto como a ti.
Cuando te tenía en mi abrazo te respiraba, ese olor de tu piel y mi sudor. Esa mirada tras haber sido tuyo después de mi deseo saciado.
Y cuando no te tenía, ese sueño de volverte a tener.
Yo no conocí el lamento hasta que tu ausencia me lo impuso y mi mente, dañina, no me apartaba de ti, de tus besos enredados en mi lengua, mi tortura, y tus manos recorriendo los caminos de mi fuego eran mis demonios más callados, tu saliva mojando mi ser me arrastraba, elevándome a un cielo al que yo quería siempre volver.
Sí.
Sí, también recuerdo tu risa cuando vencías encima de mí, y yo adorando tu lejanía tan cerca de mi boca. Mis manos esclavas de tu talle lo recorrían, tratando de guardarlo en la memoria de un imposible.
La dulzura de tus curvas, el calor…, tu calor, el que me evaporaba deseando tomarlo y quemarme.
¿Cómo olvidarte?.
¿Acaso quien a conocido a Dios puede olvidarlo?
No, nunca pude.
Soy mortal y fui marioneta de una diosa que me condenó al pecado de su carne, al calor de su infierno, al manjar de su lascivo festín.
Moría y nacía en tu cuerpo, dentro de ti, fuera de ti, a pesar de mí.
¿Por qué me diste la maldición de tu sexo?
Tú bien sabías que no sobreviviría a él.
Y rezo como el perdido desesperado.
Rezo volver a tenerte encima, debajo de mí, para mezclar mi piel con la tuya, para que mi sudor sea el tuyo también.
Rezo para no perderme de tu calor, de la humedad de tu poder, del vicio de tu piel, para ser tu servidor en la orden de tu lujuria y que no acabe nunca mi servicio a tu divina piel.

Fran Rubio Varela © Noviembre 2018