Ella posa frente a su maestro delicado y sonriente. Su cuerpo voluptuoso crece con las pinceladas sobre el lienzo de fondos amarillos. La estampa de sus brazos, caderas y espalda se disuelven dulces, delicados en un mar de colores llamativos. El hábil mentor con marcas de sudor humano en su frente, se nutre de la belleza de las carnes de una modelo dueña de una templanza sagrada, de una belleza rara. Los senos cuyos pezones se abren ante la mirada profunda del artista como flores en eterna primavera, son delineados con las alas abiertas de un pincel que no descansa. Él, se alimenta de la savia del árbol de la inspiración. Los observo, la pasión por el arte es visible en los dos. El uno, explota de emoción al delinear las curvas de su oruga que, con el milagro del tiempo se convertirá en mariposa. Las partes delanteras y traseras en el vuelo elegante de la brocha se enganchan y la hace perderse en los colores vibrantes de la paleta. Las manos del hábil guía, plasma la poesía de un romántico, cuyos ojos reproducen a su mujer amada. El otro, se deja hurgar de manera silenciosa y pura por la respiración agitada de su creador, atreviéndose a quererlo con la mirada. Una mirada que como arma poderosa de momentos lo inquieta.
Admiro como los encantos femeninos nacen de a poco, por asalto. El retratista trabaja incansable, liberando un país de curvas portentosas que a medida que se conciben contundentes sobre la tela, doblega la valentía de su sonrisa segura, por los besos en el aire y guiños seductores que le prodigan. El aire tiene el olor dulzón del amor. Nada absolutamente nada los detiene; la modelo de mejillas rojas y ojos de estrella, desprende destellos con brillos de luna lejana despertando mi envidia.
─ Pienso que a mí no me han amado tan sublime, tan sensual, como lo hacen con ella─ en ellos hay amor con lánguidos suspiros, amor formalizado por la devoción, por los entrañables sabores de la vehemencia peregrina de admiración mutua.
─Los envidio, si, definitivamente lo hago, a pesar de mi misma─ Parpadeo, entre esos escasos minutos donde los ojos se cierran, aparecen los negros ojos de la ninfa que modela. Lustrosos, moldeados con poesía a la luz de la tarde. Los dos se beben el estro que fluye de los propios sentimientos, que en el ambiente se recrea con los movimientos de los cuerpos. La modelo y el artista, danzan en los océanos de laca y tinturas. Se comunican con gestos un poco de ángeles y un poco de demonios liberando el espíritu que se convertirá en metáfora algún día. Otra vez pienso en mi vida; ─ todavía joven─ me digo en silencio─ Me toco el pecho y siento que son firmes.─ Son pequeños, pero pueden azuzarse con el roce murmuro bajo y con discreción─ entonces, sonrío.
Sigo con la mirada a estos dos que, entre pinceles, paletas, caballetes, lienzos y herramientas, se disponen a compartir la desnudes del alma y del cuerpo. Reflexiono sobre la sensualidad y la vida mientras se toman las fotos que llevaran mi nombre en la portada de la revista más famosa de arte en Nueva York. Mi mente reacciona ante la palabra Amor nuevamente. Y sobre el amor que es una historia viva de matices metálicos y notas estampadas de ámbar y turquesas se basa mi proyecto. Sobre el amor que no se toca, que no termina en sexo sino que, vive en las miradas, en las bocas que no lo nombran, en los cuerpos que lo exudan con sensualidad. Los cuerpos desnudos son tan excitantes como las calles largas y en tinieblas o, como ser famoso y desconocido o como la lectura “El Coño de Bernarda “, acompañada de un buen vino en estas noches de verano. Pienso en la vibración de los cuerpos de mis dos protagonistas y me siento como un film improvisado, en donde mi oficio lo ha ocupado todo. Admiro sus gestos de tiempos prolongados, de miradas picaras, de expresiones faciales que me enciende la curiosidad. Su lenguaje corporal consistente y perseverante me deslumbra, el contacto mínimo entre ellos, cargado de erotismo en sus dedos que no se tocan, se transcriben sensuales despertándome hacia un mundo excitante y diferente. En el arte de mi fotografía lo que me interesa, es la belleza sutil de dos cuerpos que sin acariciarse evocan placer. Mi idea de lo erótico cambia con estos dos seres benditos por excelencia, la muestra de encanto que como un juego placentero inspira la carne, es deseable. Lo considero el florecimiento de una historia poética sin imperfecciones. Las memorias de sus actos, son poesía en la obra de teatro que se juega en las cuatro paredes de esta casa. Mariposa Monarca, Perla del Sur, Mujer de Manihiki son los nombres de la beldad adulta en la boca de su amante devoto y fiel. Los aljófares que caen sobre su torso abrillantado por polvos luminosos, se adaptan tocando con libertad y con confianza la piel mediterránea de esta escultura viva y, como gotas tejidas de nácar crean efectos de caleidoscopio por la reducción de la luz natural que huye de la ventana. El curvilíneo cuerpo de la mujer frente a mí, estimula mi imaginación. Me coloco en su lugar en lo disperso de mi mente. Íntimamente experimento la visión del pintor sobre mí, mis pensamientos me acercan a su respiración automática envolviéndome de manera fiera junto con el sudor de su anatomía de tronco musculoso. Mis pechos se estimulan con el efecto que produce en su sonrisa llamativa y reluciente. Los dos me agradan, me excitan, me provocan gozo. Mis entrepiernas se mojan, pero lo dejo pasar atribuyéndolo al calor en la ciudad, aunque es mentira.
Deseo ser yo la modelo, sentir mi rostro acariciado por sus dedos que inclinados de cuando en cuando, recogen dos mechones de cabellos echándolos hacia la eternidad con minuciosidad estoica. Al posar mi vista en sus ojos quiero ahogar mis ansias en el océano de sus sombras escondidas, pero, puede más mi discreción que el deseo de seguir mirando al disimulo su bragueta. Mi corazón se agita ante su presencia, ante la paleta del hombre que tiene alma de artista. Me acomodo sobre la manta, que se ha dispuesto para cubrir el piso, a terminar mi sesión fotográfica. Dejo que las nalgas de la oruga, que se ha convertido en mariposa Monarca cautiven mi lente. El tatuaje que corre negro y elegante en sus espaldas me llama la atención, me acerco y lo enmarco, varias fotos hago de él y del trasero extravagante y llamativo. Siento, que al pintor la tentación de pintar el signo de libertad con forma de deidad de su hembra lo acribilla, lo seduce, lo convierte en un perturbado que con su excéntrico señorío y autoridad, dibuja el talle con finalidad lúdica, decorándolo con sus pigmentos vivaces y su sabor a demanda por el éxito. Orate, desenfrenado, poseído, se abalanza sobre ella, la besa. Las lenguas se enajenan con energía y vitalidad. Esta es la forma más simple y más compleja de hacerla suya. No hay tensión, pero el deseo se huele. El aroma es poderoso, profundo, instintivo, contagiante. ¡La obra ha sido terminada!, grita el pintor de torso corpulento y guapura memorable, adhiriendo: ─ El arte, encierra emociones ardientes, lo bello, es armónico y terrible─ Concuerdo con él…
La noche cae, el viento habla con silbidos ligeros, la naturaleza se pierde en su propia sinfonía en la casa y yo, recojo el erotismo sumergido en el arte, con mi Nikon D5.

*primera publicación Revista Tacluache-Mexico