Muero en tu virilidad y en mi respiración
muero en el placer de ahogarme en tu ser
con tus palabras en mi oído
y con tus besos en la humedad de mi boca.

Muero con tus montañas, con mis surcos,
muero temblorosa en ti
con nuestros poros que se abren por la dicha,
con nuestros rítmicos latidos
en este viaje de intimidad donde la libertad
es accesible al saciar nuestro apetito.

Sucumbo sobre el último deseo que emerge de tu
piel salada,
muero con tus caricias en mis pechos, me posees y te deleito
con mis piernas de infierno donde yace tu rosa de los vientos,
tu gruta sagrada.
Los cuerpos desnudos se abrazan, las manos se buscan
la respiración se exalta
alcanzando la dicha sin prejuicios y sin miedo.

Muero, sucumbo, descubro tus ansias voraces
me habitas, me desgarras, invades mis entrañas
con tus dedos y, con tu lengua roja como serpiente ratonera
recorres la suavidad de mis carnes.
Me rebelo, cabalgo en tus caderas, te hundes en mi cuello y
muero en ti.
Muero en la tibieza de tu savia blanca
que cual río se desborda en mi bosque oscuro.