Ella le pidió que cerrara los ojos y le puso las esposas. Silencio. Él imaginó sus movimientos y comenzó a sudar; un clac indicó que se quitaba la máscara. Luego le llegó el rumor de un cuerpo moviéndose sobre las sábanas de seda. Su respiración se aceleró. Verla le estaba prohibido, desobedecerla implicaba nunca más. Así había sido desde la primera cita, son nombres, sin el rostro de la mujer contactada por la Red.
Le resultaba cada vez más difícil cumplir el pacto. El hombre se mordió los labios para no tentarse a mirar cuando las carnes hicieron contacto, estremeciéndolo. ¿Cómo resignar ese placer solo para contemplar su rostro sin la máscara? Se dejó hacer una vez más y ella lo paseó por todas las etapas del infierno, hasta dejarlo golpeando las puertas del cielo. Explotó y se derramó en felicidad.
Ella se retiró, la imaginó cubriéndose. Pasados varios segundos, ella abrió las esposas, el hombre ya tenía permiso para mirar. Y vio a su propia esposa y la escuchó decir «Feliz aniversario» antes de abandonar sonriente la habitación.
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