Juan, lucía en aquella noche una fragancia un tanto especial, como la de un galán esperando ser advertido por una rosa, pero no una cualquiera.

Entró en un pub llamado “el molino”. Llevaba pantalón liso negro, camisa blanca y americana a juego con el pantalón.

Lo primero que llamó su atención, fue la escasa gente que había en el lugar, pero aún así halló lo que esa noche buscaba.

Llegó a la barra y pidió un ron-cola con limón. Miró a su alrededor y alcanzó a ver a lo lejos a una chica que parecía hermosa, pero un tanto aburrida y sola.

Se dirigió a ella con la copa en la mano. Entonces ella alzó su mirada, pues la tenía baja y un tanto demorada.

Al advertir a Juan, pensó que podía ser su salvador, el que la sacase de ese rato de aburrimiento. ¿ Pero no imaginó lo que podía pasar?. Dedujo de su primera impresión.

Claudia, era sí como se llamaba ella, vestía pantalón negro y un palabra de honor rojo.

Una vez tan cerca de Juan quiso ver su poder de seducción y comprobó su galantería, cruzando su mirada con la del apuesto galán.

Entonces pudieron comprobar la sensualidad que despedía el ambiente en el que se hallaban.

Ella con la mirada, ¡ de repente lo examinó de arriba a abajo !, desvistiéndolo con los “ojos”.

Se presentó con arte y disponibilidad , diciendo su nombre y preguntando el de la chica.

Dirigiéndose ambos una leve sonrisa. Ella dijo llamarse: Claudia.

Él le propuso una partida de billar, que ella aceptó, para salir de su rato de aburrimiento.

Claudia sonrió y asintió con la cabeza dando su “sí”.

Juan colocó todas y cada una de las bolas de un tanto y una forma especial, dando pié a que Claudia no apartase la mirada del cuerpo de Juan. El cual parecía provocarla.

Juan, ¿como?, ¡no!, invitó a que Claudia saliese a partir la jugada.

Claudia golpeó la bola blanca con una fuerza impresionante y fue a dar en la roja lisa.

Así empezaron una espectacular partida con la sensualidad que despedían sus cuerpos fervientes y calurosos en aquella noche especial.

En la que Claudia se rindió a la sensualidad de Juan y jugó con dulzor y una pequeña torpeza inocente, que Juan aprovecho para desatar un torrente de ardor masculino hacia Claudia.

Juan empezó metiendo tres bolas seguidas, con golpes, directos y bien dirigidos. Al tiempo que iba a golpear la bola con el palo, antes dedicaba a Claudia una mirada bonita en todos sus golpes.

Ella fallo a la primera, en la segunda metió una y a la tercera bola falló.

Eran rayadas para Juan y lisas para Claudia. Juan siguió y metió dos bolas más seguidas.

…Y en la sexta falló, por pura compasión, para dar emoción a la partida.

Claudia ya no podía aguantar más su fervor y ardía en deseo de ser tomada.

Juan advertido por su mirada atenta y exclamativa, que parecía decir: ¡ vamos ya!, puso el toque mágico al final con ella como anfitriona de la noche.

Juan hizo un golpe sentándose en el filo del billar, con la mano contraria y por su parte trasera, metió la ultima bola, que era morada.

Entonces Claudia quiso poner la “guinda al pastel”.

Se colocó en frente y al decir Juan: ¿si la metía?.

La bola negra el número ocho, ella contestó desde el otro ángulo señalando a su parte más íntima: ¡que la metiese ahí !.

Juan cardíaco por lo que acababa de escuchar de la boca de Claudia, encesto la bola negra después de ser golpeada por la blanca y entrando también.

Dieron por finalizada la espectacular partida a fuego de sentidos, sentimientos y pasión en los corazones de ambos.

Cogiendo Juan una de las manos de Claudia y con la otra rodeándola por su cintura apretó su cuerpo sobreexcitado con el de ella…

…Y mirándola sin soltar palabra la beso con toda pasión.