Trepó por mis piernas como un jazmín y floreció, abriendo sus pétalos sobre el solitario junco que creció bajo mi pelvis. Vuelta una batanga carnívora, no cesó de succionar hasta que no tuve más que una vaina despojada de sus porotos. Recuperado el aire me puse de rodillas y libé como un colibrí la savia tempestuosa. Fue su turno de esperar la próxima primavera. Nuestros troncos se reunieron y fuimos por minutos un injerto, a merced de un temblor intenso que amenazó quitar nuestras raíces de la tierra. Caídos los carozos y las fundas, nos apartamos, como pequeñas ramas conducidas por distintos pájaros, como polen trasladado por distintas abejas.