Si tienes unos días libres o quieres pasar una Navidad diferente te mostramos una escapada cultural.

Vamos a pasear por el Barrio de las Letras de Madrid.

Casas y museos de escritores ilustres, cafés literarios y teatros adornan las calles y plazas de este céntrico barrio.

Quizá lo más conocido sea La puerta del sol, en el siglo XVII era un lugar muy popular pues acogía uno de los «mentideros» más famosos de Madrid.

Mientras damos un paseo nos podemos fotografiar con Don Quijote y Sancho Panza.

Podemos reponer fuerzas tomando un tentempié en el restaurante Lhardy, que nos alimenta desde 1839.

En cualquier café podemos encontrar una tertulia literaria.

En las callejuelas del Madrid antiguo, por las que se extiende el Barrio de las Letras, abundan los rincones y plazoletas de origen medieval.

Muchas ciudades tienen reminiscencias literarias, pero no todas poseen un Barrio de las Letras como el de Madrid. Sus calles principales y otras más escondidas guardan pedazos de la historia de nuestra literatura, un tesoro exquisito para el viandante que, con un mapa en la mano, deberá diferenciar durante el paseo entre la leyenda y la realidad.

El barrio se extiende en un triángulo imaginario y algo irregular que delimitan el Paseo del Prado, donde destaca el imprescindible museo madrileño; la Carrera de San Jerónimo, antigua vía que finalizaba en el monasterio de San Jerónimo el Real (siglo XVI) y hoy cruza el centro urbano; y la calle de Atocha, en la que estuvo la imprenta de Juan de la Cuesta de la que salió El Quijote y que hoy acoge la Sociedad Cervantina. Atocha nace en la estación de tren homónima, punto de llegada de visitantes y escenario de novelas, entre otras muchas de Benito Pérez Galdós (1843-1920). Este escritor recreó estas calles como nadie. Por ellas paseaba para acudir al Ateneo, entonces en la calle Montera. En la Plaza de Pontejos situó la casa de Jacinta y en la Cava de San Miguel, la de Fortunata. Ambas están próximas a la Plaza Mayor, cada vez más literaria, pues alberga una feria del libro cada otoño.

El Barrio de las Letras fue en su origen el lugar donde vivieron muchos escritores del Siglo de Oro. Allí donde los leones pétreos de las Cortes vigilan una pequeña plaza, se encuentra la primera estatua que se erigió en Madrid a Miguel de Cervantes. La placita de las Cortes podría parece un espacio anodino, si no fuera por la presencia desde 1834 del inmortal escritor, fundido en Roma por el escultor Antonio Sala. La estatua es tan sencilla que el periodista del siglo XIX Mariano de Cavia llegó a calificarla de pisapapeles. No sabía que la obra guardaba una sorpresa: en 2009 se descubrió debajo una caja enterrada en su inauguración con 41 documentos, entre ellos cuatro tomos de El Quijote, litografías y monedas.

De la cercana Plaza de Cánovas del Castillo, llamada de Neptuno, arranca la calle Cervantes en la que vivió el escritor en 1615, un año antes de su fallecimiento. Lo atestigua una placa colocada en la fachada. De allí saldría para ser enterrado en el Convento de las Trinitarias, que hace escasos años acaparó telediarios por la búsqueda de los restos de don Miguel. Tras varios fracasos, hoy se ha dado por bueno el hallazgo que atestigua una placa en el interior del convento. «Yace aquí Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616)», reza el encabezado de la lápida conmemorativa, que incluye versos de su obra Los trabajos de Persiles y Segismunda aunque con errata, pues lo correcto es Sigismunda.

En el número 11 de la calle Cervantes vivió y murió su adversario literario, Lope de Vega. Su casa alberga un museo imprescindible que ofrece interesantes curiosidades sobre el escritor y su época.

La primera calle que corta a la izquierda, la de Francisco de Quevedo, tuvo como vecinos a este escritor y a Luis de Góngora, hoy con sus casas señalizadas con placas. Otra inscripción en el suelo recuerda que aquí también nació en 1832 el dramaturgo y político José Echegaray.

La vía más popular del Barrio de las Letras es la peatonal calle de las Huertas, jalonada con citas literarias en su pavimento adoquinado. Si se recorre con un agradable paseo se alcanza la Plaza del Ángel, estrecha y coqueta. En una esquina conserva un pequeño vivero arbolado sobre el antiguo cementerio del Convento de San Sebastián.

De él se dijo que José Cadalso desenterró a su amante, la actriz María García Ibáñez, movido por la pasión. Al templo se accede desde la calle de Atocha por una puerta donde se desvelan otros nombres conocidos: Lope de Vega y Espronceda, allí enterrados; Moratín, Benavente y Tirso de Molina, bautizados; o Larra y Bécquer, que celebraron sus bodas. La Plaza del Ángel muestra otras curiosidades en sus placas, como el lugar de La Fonda de San Sebastián donde Moratín y Cadalso escribían sus obras.

De la plaza sale la calle Espoz y Mina que llega a la de Álvarez Gato, que rememora los espejos deformantes que Valle-Inclán citó en sus Luces de Bohemia. En esta zona estuvo el famoso Corral de la Cruz.

No debemos alejarnos, pues cerca es imprescindible visitar la bulliciosa plaza de Santa Ana, frecuentada por aficionados al teatro y a las cervecerías. Santa Teresa de Jesús tuvo interés en abrir allí un convento de Carmelitas Descalzas, aunque su salud no se lo permitió. Sería San Juan de la Cruz quien lo fundara en 1586. El convento fue demolido en 1810 por orden de José Bonaparte. En 1880 se erigiría en la plaza la estatua de Calderón de la Barca, con su traje talar y una pluma en la mano. Detrás del dramaturgo se construyó en 1916 el Edificio Simeón que albergaría el Hotel Reina Victoria y unos famosos almacenes.

En 1984, Julio López esculpió a Federico García Lorca, que sostiene una alondra a punto de volar. Años más tarde pusieron al poeta mirando hacia el Teatro Español. En el que estrenó con éxito La zapatera prodigiosa (1930) y Yerma, escrita en 1934. Este teatro, referente cultural de Madrid, albergó en el siglo XVI el Corral del Príncipe y en el XVII pasó a llamarse Teatro del Príncipe. Vivió grandes momentos gracias a sus actrices, entre ellas, La Caramba, que puso de moda peinarse con una flor, siendo del agrado de la duquesa de Alba, que se dejó retratar por Goya con una «caramba» en el pelo. Pérez Galdós estrenó en este teatro su Electra, que provocó algaradas callejeras por su carácter anticlerical y libertario. Llegó a influir en la crisis religiosa y monárquica que siguió a la del 98 y que contribuyó a derrocar el gobierno que la gente llamó irónicamente «Ministerio Electra».

En el siglo XIX, los escritores que vivían en el barrio frecuentaban sus cafés y participaban en famosas tertulias. En plena Carrera de San Jerónimo pervive Lhardy, cuyos salones inspiraron novelas y acuerdos políticos. La Fontana de Oro, esquina con la misma vía, fue otro café literario que dio título a una novela de Galdós; cerrado en 1843, ha sido convertido en pub. En la cercana Puerta del Sol, donde está instalada la tienda de Apple, se hallaba el Café de la Montaña, otro clásico del siglo XIX frecuentado por políticos, bohemios e intelectuales, y donde Valle-Inclán perdió el brazo tras una discusión con el escritor Manuel Bueno.

Hoy el Barrio de las Letras es famoso por sus locales de música en vivo, anticuarios y galerías de arte. Estos establecimientos se han convertido en elementos distintivos junto a los variados mercadillos que se instalan en las calles: desde el de libros de segunda mano los fines de semana al de las Ranas, que se realiza varias veces al año, decorando de forma especial los escaparates, montando paradas en las calles y llenándolas de conciertos y teatro.

Este paseo concluye en la llamada Plaza de las Letras, situada en un extremo del Paseo del Prado, donde se puede visitar el Medialab-Prado (Alameda, 15), un innovador espacio dedicado a la cultura y el arte digitales.

Fuente National Geographic