Hoy me decís que el rey ha muerto, y lo hacéis con esta tranquilidad, con esa parsimonia tan propia de la corte castellana.

Me pedís que sea comedida, que mi condición no puede saltarse las normas de protocolo.

¡Fuera de aquí, malnacidos! ¡Fuera de mi vista todos!

Beatriz, ¿Eres tú?, no quiero volver a escuchar que el hecho aconteció hace meses. Yo, que siempre te he creído y te he querido cómo a una madre, vienes a engañarme cómo todos los demás.

¿No entiendes del sufrimiento del alma?, No sabes de mi desconsuelo, ni de mi amor roto precipitadamente. ¡Tanto amor, para tan poco tiempo!

Mi corazón ha sido traspasado con todas las lanzas de este reino, no deja de sangrar, y cada día siento un hierro candente que me abrasa, que  quema las entrañas, que duele el infinito.

Me recrimináis que no llore, me decís que ni una lágrima habéis visto salir de mis ojos. Pero acaso ¿lloran los muertos? Mis lágrimas se convirtieron en espinas, en miles de espinas, que se clavan en la piel, en los pies con los que acompaño al ser de mis desdichas, en el pecho que se queda sin aliento, en la boca que recuerda sus besos, en las manos que abrazaban su cuerpo. Y cada día renacen de nuevo, buscando rincones recónditos de este maltrecho cuerpo, que ya no es el que fue, ni volverá a ser el que era.

Ese dolor tan grande es el que siento, no me habléis de tiempo, pues el tiempo se para, cuando los ojos se cierran.

Me llaman loca, ¿creéis acaso que no lo sé?, loca por no dejar entrar sus restos ni a la corte en el convento de monjas. ¡Un hombre tan hermoso, no puede estar rodeado de tantas mujeres!, Beatriz, ¿no comprendes que él era insaciable en asuntos de cama?, ¿cómo podría dejarle con tantas hembras?

Me llaman loca, porque ellos no querían estar en pleno invierno en ese páramo, en nuestra Castilla, en invierno. No son hombres Beatriz, no lo son. La infanta Catalina, que sólo tiene tres meses y yo misma, somos, mucho más aguerridas que todos ellos. ¿Dónde está el espíritu de Castilla? ¿Dónde ha quedado la hombría de nuestros nobles? Es su rey, al que deben vasallaje.

¿Recuerdas que después llegamos a Hormillos, y fuimos acogidos por el párroco?, nuestros pueblos son hermosos, nuestros pueblos son agradecidos. No, no podemos entrar en grandes villas, he de salvaguardar mi honor, soy mujer de un solo hombre.

Me casaron, sí, pero al verle me enamoré, tan intensamente que el océano entero no podría contener tanto amor, ni tanta pasión por él. ¡Que ardiente era mi cuerpo junto al suyo! El deseo traspasaba cada poro de mi piel, jadeaba al faltarme el aire cuando sus manos recorrían palmo a palmo mi geografía de niña hecha mujer.

Todo se deteriora, seis hijos le di. La última aquí, en este peregrinaje, mi pequeña Catalina, pero ni ella ni nadie impide sentir el dolor tan grande que me hace morir cada segundo, cada minuto del día. Duermo para encontrarme en sus brazos, y sus brazos no son míos.

Sería mejor apagar los sentidos, diluirlos en la lluvia, arrastrarlos al viento, sumergirlos en aguas turbias. No, Rescataré mi memoria, para no perderla,  Hasta que el tiempo termine, y deshaga el conjuro de la luz en penumbra.

Corazón de piedra que no despierta, porque morir no puede, y vive muriendo.

¿Dónde se han ido los sueños  perdidos?… Vestidme con ellos  cuando me despida para siempre. Que nadie se los apropie, ¡que nadie me los robe! Que no vaguen solitarios por los campos oscuros.

Llega la noche y se abren los recuerdos.  Se extravía la mirada, mientras la mente divaga por otro tiempo, otro mundo que se escapó escurriéndose entre los dedos.

Quiero atrapar ese espacio en el que fuimos felices, sin embargo, nada retorna…

Quedaron sábanas tibias en el olvido, palabras barridas por el viento, ilusiones desvanecidas en los mares de la conciencia.

Loca me dicen, por temer que me roben el cuerpo y abrir su féretro cuando el alma lo solicita. ¡Si ya se llevaron su corazón!, le abrieron y se lo llevaron, no me opuse, fue su voluntad, ¡dejadme ahora que haga la mía!

Loca llaman a la reina de Castilla. Pero no es locura cuando se ama, y se muere, cuando el dolor es tan intenso que el pensamiento se aleja de mí, por temor a las heridas.

Noble nací, noble soy. Reina me nombraron, y reina seré. Pero antes cumpliré el peregrinaje como una viuda que llora por dentro, el llanto eterno de sangre hecho.

¡Dejadme ser mujer!, ¡Dejadme ser doliente! ¡Dejadme tener ese cuerpo que nunca fue del todo mío, y ahora sí, ahora nadie me lo arrebatará!

Llamadme loca, pero seguid caminando sobre estas tierras duras, cubríos del frío mesetario, y rendid pleitesía al rey hermoso.

Autora, Marisa Martín