Piedra sobre piedra el muro avanza hacia la colinilla verde, la niebla acaricia sus cimientos, la madreselva que nace a su sombra son los vestigios de los sueños que quedaron ante sus pies; no muy lejos de allí rompe el mar con sus olas de agua oscura.

Aquel día, el sol lamentó tener que salir y la luna temblaba en los corazones de aquellos miles de jóvenes marcados por ángeles de muerte. Aún tiemblan mis piernas y es terrible el recuerdo de cada grano de arena hasta el muro de la colinilla verde.

Cómo silbaron los aullidos del plomo, cómo rabiaba la sangre de cada caído, cómo morían los valientes y los cobardes en la carrera de ese desdichado amanecer. Las sombras y los brillos del fuego era sólo uno y el miedo enamoraba a cada gota de adrenalina; cerrar los ojos y disparar el fusil y pensar en ese momento dónde estás Dios.

Amar la vida en ese instante en que la muerte danza junto a ti clavando la guadaña en la sorpresa de la carne que convierte la ilusión en guiñapos tirados sobre la arena que el tiempo ha tallado. Mis amigos, ya no sé los que quedan en pie junto a mí, la carrera los ha devorado ¿Qué habrá sido de del brillo de sus miradas y la claridad de sus sonrisas de la noche anterior?

Y el muro ya está cerca, pero qué lejos puede parecer ahora un metro; solo puedo mirar hacia adelante. Me da miedo mirar atrás y que mi vida quede en esa mirada.

Mi jadeo queda sordo entre tanto grito, entre tanto llanto y silencio, entre tanta soledad eterna. El muro y sus piedras se ríen como han hecho siempre mientras esperan, mientras las ametralladoras bailan sus trazas sobre las olas en las que hemos llegado.

En la colina también hay sombras  que lloran y gritan y callan para siempre ¿Acaso sus lágrimas y su sangre será diferente a la que impulsa mi alma?

Siento algo que arde y quema muy cerca de mi corazón, es un fuego que produce frío, mucho frío; ya casi puedo tocar el muro, pero mi boca se ha llenado de arena, la misma que acaricia sus cimientos y ahora llena mi boca y calla mi garganta.

¡Qué bella la madreselva que nace justo ahí, donde quedó mi cuerpo, donde murieron las ilusiones de un corazón joven y se enterraron los sueños y el recuerdo de Marie, que rezaba lejos con mi fotos en sus dedos y su pensamiento tan cerca de aquel desatino!

Ahora de cuando en cuando el muro me llama para recordarme que poco importa la levedad de lo que deseé, para hacer memoria de los que ya nadie recuerda, porque Marie tuvo que aprender a soñar de nuevo y respirar otro corazón, pero la madreselva recuerda los broches de mi sangre allí donde la niebla acaricia al muro piedra sobre piedra.

Fran Rubio Varela©Febrero 2019.