En Terapia
Desde hace un tiempo que siento que en mi vida algo no está bien.
Sé que no estoy deprimida, ni triste, tampoco angustiada, no me siento sola.
Tengo amigas con las que puedo conversar y contarles estas cosas. Ellas me dicen “te falta un hombre”.
¿Será eso?, pienso, ¿tendrán razón?
Pero sinceramente me siento en un momento de mi vida en el que tengo ganas de estar conmigo, saber de mí, saber que quiero de la vida.
Sí, ¿por qué?, ¿no puedo hacerme estas preguntas?
Quizás me las hice durante muchos años y la vorágine de la vida no me permitió darme el tiempo para contestarlas. Y hoy con algunas cosas vividas tengo más idea de que es lo que quiero y que no.
Por lo tanto, deduzco yo, el camino puede ser más corto o encontrar soluciones más rápido, ya que el espectro de posibilidades se achica si me conozco más. O quizás no, al tener más cosas vividas puedo llegar a tener más miedos, querer asumir menos riesgos.
Mi cabeza es un caos.
Creo que lo que tengo es lo que llaman “drama existencial”, traducido, no se para que estoy en este mundo ni cuál es el sentido de la vida.
He leído tanto, investigado tanto. Y llego a la conclusión de que cuanto más sé, menos sé. Además se hace tan difícil discriminar cual es la verdad. O es que hay tantas verdades como personas. He ido a conferencias. He escuchado a quienes se llaman a sí mismos maestros, gurúes, guías. Y yo sigo sintiéndome como vacía. Quizás porque no encontré la palabra justa, el camino correcto.
Pero donde buscarlo. ¿Tan difícil es encontrar alivio para el alma?
Ayer en una cena con amigas me comentaron sobre un especialista, es psicólogo, pero con una inclinación hacia todo lo que tenga que ver con la espiritualidad. Da conferencias gratuitas, dicen que es sanador. Que tiene ciertos poderes desde chiquito cuando tuvo una experiencia cercana a la muerte. El sábado da una charla en un teatro en el centro. Voy a ir con Cecilia, mi mejor amiga. Ella siempre me acompaña en todas estas aventuras. Quizás es la persona que estoy buscando hace tanto tiempo. Dicen que cuando el alumno está listo, aparece el maestro.
Ya veremos qué pasa.
Es sábado, tengo cierta ansiedad por conocer a este hombre.
Se llama Alfredo Romoli. Quiero tranquilizarme, no quiero poner más expectativas de las que corresponden. Ya me pasó otras veces que me dejé llevar por charlatanes, así que ahora lo primero que hago es desconfiar. Ceci me pasa a buscar a las 14 hs., la conferencia es a las 17hs.
Queremos llegar temprano porque, como es gratuita, el lugar se llena y queremos sentarnos adelante.
Tercera fila, centro, buena ubicación.
El teatro está lleno, este hombre debe ser bastante conocido.
O quizás viene mucha gente porque es gratis.
Música suave, como para meditar; estoy un poco ansiosa.
Intento dejarme llevar por la música.
Ceci no para de hablar y comer, trajo chocolates y caramelos, me convida.
– No gracias, tengo el estomago cerrado– le digo.
¿Estaré poniendo demasiadas expectativas en este tipo?
Ya escuché a tantos, uno más.
De pronto la sala se oscurece, ponen la música más fuerte.
Un foco potente ilumina el centro del escenario.
Aparece él, vestido con jeans, mocasines y camisa celeste con las mangas arremangadas. No es lo que diríamos un hombre atractivo, tiene el cabello castaño, con una incipiente calvicie, anteojos metálicos.
Se lo ve prolijo.
¿Dije que no era un hombre atractivo? Bueno, me retracto.
Cuando sonrió sentí que toda mi inquietud desaparecía.
Que todo mi ser se llenaba de paz.
La conferencia duró más de dos horas.
No recuerdo demasiado lo que dijo.
Me sentía obnubilada por su presencia.
Sus gestos, su caminar por el escenario, y su sonrisa, estoy segura que cuando sonreía, me miraba a mí.
¡Cómo no presentí todo lo que sucedería después!
Al terminar la charla me quede a esperar su salida, quería pedirle una entrevista. Yo tenía que hablar con ese hombre. Estaba segura que era a quien tanto había buscado. No sé porque sentía que entre él y yo había una poderosa conexión.
Cuando se lo dije a Ceci me dijo – estas totalmente loca, recién lo conocés, no te dejes llevar por las apariencias, además a mí este tipo no me gusta (cuan sabia sos Ceci, y yo no supe apreciarlo).
Mi amiga tuvo que irse, había más gente esperándolo, estuve casi una hora hasta que por fin pude acercarme.
¡Qué tonta!, estaba frente a él y me sentía como una colegiala. No solo su sonrisa, sus ojos eran totalmente seductores. Me miraba fijo como intentando captar mi interior. Y, una de dos, o captó mi interior o yo no lo noté y por los nervios que tenía hablé más de la cuenta, porque en dos o tres palabras me dijo como me sentía.
Puso su mano izquierda en mi frente, mientras que con su mano derecha tomaba la mía. Sentí un pequeño mareo, él me sostuvo. En el hall del teatro ya no quedaba nadie. Me citó para el día siguiente en su consultorio, a las siete de la tarde.
Realmente el consultorio me sorprendió, no era el típico consultorio de psicólogo, espartano e impersonal.
En general los consultorios de los psiquiatras y psicólogos están equipados de manera tal que, a través de su amoblamiento, el paciente no pueda saber que piensa o que le gusta a su propietario.
En este caso el lugar era cálido y a la vez masculino. Un sillón de cuero marrón de tres cuerpos, contra una pared, un hermoso escritorio antiguo de roble con tapa de cuero verde, una biblioteca con muchos libros de psicología, pero también, Weiss, Chopra, Osho, Rumi, Trevisan, De Mello.
No siendo por los de psicología, la otra parte parecía mi biblioteca.
Me sentí inmediatamente conectada. La entrevista duró cuarenta y cinco minutos. Le conté que en realidad no me sentía deprimida ni triste, sino como vacía, como si supiera que tenía que buscar, pero que ya no sabía dónde, ni qué.
Esa fue la primera de varias entrevistas, hablamos mucho, él hablaba también.
Otra cosa que me sorprendió es que no era de esos terapeutas que solo asienten con la cabeza y escriben, o que cada tanto hacen una pregunta, a la que no tenes ni idea que responder.
Él se involucraba en la charla.
Lo nuestro era una conversación y él despejaba mis dudas. En una de las sesiones me propuso hacer una regresión, cosa que acepte de inmediato.
El libro de Bryan Weiss me había fascinado y siempre había deseado pasar por esa experiencia. Acordamos realizarla en la sesión siguiente, porque los cuarenta y cinco minutos que teníamos, normalmente, no alcanzaban.
–Necesitamos por lo menos una hora y media– me dijo.
Esa fue la semana más larga de mi vida, imaginé todas las posibilidades existentes, desde claro, ser Cleopatra o Pocahontas o Platón o habré sido un mendigo o quizás una prostituta. Creo que no quedó personaje histórico que no pasara por mi mente.
Conjeturé todo tipo de posibilidades, menos lo que realmente pasaría.
El día de la sesión estaba sumamente ansiosa, él, tranquilo, como siempre. Transmitiendo esa paz tan característica en su forma de ser. Le conté sobre mi estado de ánimo, mi ansiedad durante la semana, y que en ese momento estaba muy nerviosa. Él me dijo que me tranquilizara, que a veces en la primera regresión se conseguía nada más que una relajación profunda y que a veces hacían falta dos o tres sesiones para poder contactar con alguna vida pasada.
Sentí un poco de desilusión.
Me acosté en el sillón, él se sentó en una silla junto a mí, puso un grabador sobre la mesa ratona y empezó a hablarme con voz suave.
Me pidió que contara desde veinte en forma descendente, mientras me decía que aflojara mi cuerpo lentamente.
En ningún momento perdí la noción del tiempo, ni dejé de estar en contacto con la realidad, (al menos eso creía yo). Estaba totalmente relajada, era como si mi mente a pesar de estar consciente, estuviera mirando hacia adentro.
Comencé a ver luces de colores brillantes.
Sentía que caía por un túnel, recordé la sensación que me produjo el relato de Alicia en el país de las maravillas, cuando Alicia cae por el hueco del árbol.
Mientras tanto Romoli me hacía preguntas, sobre cómo era el lugar en el que me encontraba.
Si había colores, cómo era el paisaje, si estaba sola o acompañada.
De pronto me vi en una esquina semioscura, había otras mujeres y autos que paraban.
Las mujeres se acercaban, algunas subían a los autos, otras no.
Llegué a la conclusión de que era una prostituta.
Mis sueños de gloria se acabaron en un instante.
Mi terapeuta consideró que era el momento de despertarme. Me fue dirigiendo para que lo hiciera de a poco, al abrir los ojos estaba totalmente consciente de lo que había visto. Comentamos unos momentos la experiencia y dio por terminada la sesión.
Al llegar a mi casa, me di un baño, comí algo liviano y me fui a dormir.
Obviamente no podía dejar de pensar en la experiencia vivida.
Tuve sueños raros, es decir, soñé con lo mismo que había visto durante la regresión.
La misma esquina, las mismas mujeres, autos que se acercaban a ellas, pero lo que me llamó la atención fue que uno de los autos era conducido por mi psicólogo.
Supuse que eran juegos de la mente que mezcla las cosas y opté por no prestarle atención y no contárselo a mi terapeuta.
Este sueño se repitió durante varias noches, pero siempre se agregaba algo. Como si fuera una novela y cada noche leyera un capitulo nuevo.
Vi diferentes mujeres subiendo a su auto, siempre diferentes autos.
Hasta que llegó el día de la próxima sesión.
Llegué media hora antes. Cuando estaba acercándome al edificio lo vi a Romoli, entrando con su auto al garaje.
No podía creer lo que estaba viendo, era uno de los autos con que lo había visto en mis sueños.
Decidí no contarle nada.
Sentí que algo raro me estaba sucediendo.
Nos encontramos en la puerta del ascensor.
Mis manos estaban temblando.
Mientras subíamos me preguntó si me pasaba algo, que me veía pálida, le dije que me dolía la cabeza.
Me preguntó si prefería suspender la sesión.
Yo simplemente no sabía que contestar, ¿y si él averiguaba lo que yo sabía?
Pero por otro lado mi curiosidad me llevaba a querer saber más.
Si, hoy lo sé, lo mío, fue error tras error.
Le contesté que prefería seguir adelante, que seguramente el dolor de cabeza se me iría en cuanto me relajara.
Entramos al consultorio, prendió las luces, me acomodé en el sillón, él en su silla y comenzó la cuenta regresiva.
En esta oportunidad, me vi en la calle, en una noche de lluvia, corriendo aterrorizada.
Tenía la sensación de que alguien me perseguía.
Que mi vida corría peligro.
De pronto esa imagen desapareció.
Me vi en medio del campo, de noche.
Después parada frente a una comisaría.
Después en una habitación como de hospital, acostada en una cama blanca de hierro, con las manos y los pies atados a ella.
Todo se presentaba ante mí como flashes, como fogonazos.
Pasaba de una imagen a otra sin que hubiera una continuidad entre ellas.
En ningún momento sentí que esto me pasara en otra vida.
Yo sentía interiormente que me estaba pasando a mí.
Romoli decidió despertarme, porque consideró que en esta sesión no habíamos logrado una regresión. Me dijo que a veces estas cosas suceden, es como si la mente se negara a hurgar dentro de ella. Nos despedimos hasta la semana siguiente.
Cuando llegué a mi casa estaba realmente muy cansada y no podía apartar de mi mente todas esas imágenes. La calle, el campo, la comisaria, el hospital y sobre todo la sensación de terror y persecución.
¿Qué me estaba pasando?
Esa noche no pude cenar, me dolía el estomago y la cabeza. Según Bryan Weiss, las regresiones son experiencias liberadoras. Yo no me estaba sintiendo para nada liberada, es más, me sentía acorralada. Pero, ¿por qué?, ¿por quién?
Antes de ir a dormir comprobé varias veces que todas las puertas estuvieran bien cerradas y por primera vez en mi vida, dormí con la luz prendida.
Los dos primeros días posteriores a la sesión, el sueño fue el mismo, la esquina, las prostitutas, Romoli que se iba con alguna de ellas, el sueño no variaba.
El tercer día mientras estaba en la oficina, se me ocurrió que debía hacer algo con esos sueños. Y me propuse conscientemente que la próxima vez intentaría subir al auto de Romoli; quizás, sabiendo más, lograría cortar con estas imágenes tan repetitivas y aterradoras.
Ese pensamiento me hizo sentir mejor. Sentía que al avanzar en el sueño descubriría el porqué de ellos. Durante todo el día estuve recordando mis sueños, y viendo de qué manera podía entrar al auto y lo único que se me ocurrió fue hacerme pasar por una prostituta. Esa noche estaba más tranquila, pensaba que había encontrado la solución para seguir adelante con las regresiones. Había recurrido a este señor para que me ayudara en mi camino espiritual, en mi sensación de vacío interior, y por ahora lo único que había conseguido eran un montón de imágenes que me tenían totalmente confundida.
¿Estaría en el camino correcto?
¿Sería esta la persona que estaba buscando?
Me fui a dormir con la idea de que esa noche seria la prostituta de Romoli.
Ya estaba ahí, en la penumbra de la esquina.
Con las otras mujeres.
Llegaron varios autos y algunas de ellas se fueron a hacer su trabajo.
Empezó a llover, me guarecí debajo de un balcón.
Llegó en su auto azul, aquel con el que lo había visto en la puerta del consultorio.
Paró, bajó la ventanilla del acompañante, me acerqué, balbuceó algo, no entendí bien.
Abrí la puerta y subí.
Era Romoli, pero no era el Romoli que yo conocía, tan prolijamente vestido y perfumado. A este se lo veía con barba, vestido en forma desprolija, casi diría sucio.
Su aspecto general era desagradable.
Imaginé que me llevaría a un hotel; sin embargo viajamos durante quince o veinte minutos, hasta que llegamos a un descampado.
Paró el auto.
Llovía mucho.
No sabía qué hacer.
Por un lado era la protagonista del hecho, pero por otro lado veía todo como si fuera una película.
No intentó tocarme, abrió la guantera, saco un paquete de gasa y una botellita.
Mojó la gasa y me la puso sobre la cara.
Todo sucedía como en cámara lenta.
Intenté sujetar sus manos pero él era más fuerte.
Sujetó fuertemente las mías con su mano derecha y con la izquierda puso el paño mojado tapando mi boca y nariz.
Me desmayé de inmediato.
Me desperté aterrorizada, comprobé que estaba en mi cama, en mi casa.
Estaba bañada en sudor, ¿qué es lo que estaba viendo?
¿Acaso mi mente era tan imaginativa?
Antes de conocer a Romoli y de tener las regresiones, jamás había tenido sueños de este tipo. Faltaba poco para amanecer, preferí levantarme, tenía miedo de quedarme dormida otra vez. Todo esto que me estaba pasando, no se lo había contado a nadie, ni siquiera a Ceci, mi mejor amiga. Ella descreía de todo.” Si no se ve o no se toca, no existe”, decía siempre. Y ni que hablar de los psicólogos, ¿su frase de batalla?, “que le voy a andar contando mis cosas a un desconocido”. Si le llegaba a contar algo lo que estaba soñando seguro me iba a decir que me estaba enamorando de mi terapeuta. Y que mis sueños eran una demostración de mis deseos sexuales hacia él. Y quizás era así.
Quizás, inconscientemente quería acostarme con Romoli.
No voy a negar que en un principio me pareció muy atractivo.
Pero el hombre de mis sueños, no era el hombre con quien soñara ninguna mujer.
Era sucio, lascivo, peligroso.
Todo lo opuesto al Romoli que conocía.
Cada noche que pasaba, a mi sueño se le agregaba alguna escena.
Algunas de ellas las había visto en la última sesión.
Yo atada de pies y manos en una cama de hospital, y el parado junto a mi mirándome fijamente.
Mis muñecas y mis tobillos estaban lastimados de tanto esfuerzo que hacía por soltarme.
A lo lejos escuchaba gritos de mujeres, y carcajadas macabras de él.
Una noche, cuando él me había soltado para que pudiera ir al baño, se cortó la luz. Inmediatamente busqué un lugar para esconderme.
No sé cómo, de pronto me encontré corriendo desnuda, bajo una lluvia torrencial.
Sentía que él venía detrás de mí.
Y me desperté.
Era muy agotador lo que me estaba sucediendo.
Me levantaba muy cansada y nerviosa.
En la oficina no me podía concentrar, porque, sumado a todo esto, ahora estando despierta, se me presentaban imágenes de mujeres, desnudas, todas tajeadas, maquilladas por demás, que caminaban hacia mí como zombis, señalándome con el dedo.
Lo vi a él en ese descampado, cavando tumbas y tirando adentro a las mujeres.
Sentí que me estaba volviendo loca.
Ese día llamé a Romoli para suspender la sesión.
No sabía qué me estaba pasando, pero hasta que no lo tuviera más claro, no quería volver a ver a ese hombre.
Y me decidí a contarle todo a Ceci.
No actuó como yo hubiera esperado.
No se rio de mi, ni me dijo que estaba loca.
Es más me dijo, – ya mismo vamos a ver a una amiga de mi mamá que es vidente.
Por la tarde fuimos a la casa de Carmen; Ceci la conocía desde chiquita.
Carmen me contó que había nacido con el don de la videncia.
–Lo heredé de mi abuela, como vos.
– ¿Cómo yo?, cómo yo, ¿qué?.
–Sos vidente, lo heredaste de tu abuela, la mamá de tu papá.
–¿Está segura Carmen?, en mi casa nunca se habló de eso, además mi abuela murió en Italia cuando mi papá era muy chico, y yo nunca tuve videncias, solo tengo estos sueños raros, desde que voy a este psicólogo que me hace regresiones.
– Si ya sé Patricia, a veces las regresiones despiertan ciertas habilidades que permanecen dormidas durante mucho tiempo o quizás toda la vida.
–Es que yo no tengo videncias, lo mío son pesadillas, porque todo gira en torno a él. ¿No será que estoy como enamorada y por eso los sueños son de sexo, prostitutas?
– No Patricia, te aseguro que tenés videncias. A ver, dame tus manos.
Le di mis manos, y como si fuera una película pasada en cámara rápida, se fue sucediendo todo lo que había visto en mis pesadillas y regresiones, y también las escenas que se me presentaban durante el día.
– Mirá Patricia acabo de ver todo lo que vos viste, sobre todo lo vi a él. De chico tuvo una experiencia cercana a la muerte, que le dio ciertas habilidades y también el don de la videncia. Con esto te quiero decir que él sabe que vos sabés.
– Que yo sé, ¿qué?, Carmen.
-Patricia, ¿todavía no te diste cuenta?, es un asesino serial. Mata prostitutas. Todas las imágenes que se te han presentado estos últimos tiempos son reales, solo viste lo que él hace, lo descubriste y él lo sabe.
Primero sentí que me iba a desmayar, después me puse a llorar. Hasta llegué a pensar que era una broma que me estaba haciendo Ceci, como ella no cree en nada.
Salvo en Carmen, en ella si creía.
Pero no era una broma, era real.
¿Y qué hacía ahora con todo esto?
Durante casi dos meses he sido testigo de las atrocidades que cometía este hombre, y sin comprenderlo seguía yendo a su consultorio.
¿Y si hubiera hecho lo mismo conmigo?
Carmen me trajo un té de no sé qué hierbas porque me estaba descomponiendo y me preguntó si sabía en qué lugar las enterraba.
Le dije que no, que solo veía un descampado.
Me dijo que si volvía a tener alguna imagen en la que subía al auto, tratara de prestar atención hacia donde se dirigía.
– ¿Para qué?, le pregunté.
– Para denunciarlo a la policía, me dijo.
Esta mujer se volvió loca, pensé.
Cómo voy a acusar de asesino a este hombre que es conocido por su bondad, ¿y solo porque tuve algunos sueños?
Van a pensar que estoy loca, me van a internar en un manicomio, ¿quién me va a creer?, le dije.
– Patricia, dijo Carmen, hace muchos años que trabajo con la policía. Ellos creen en estas cosas, por mis videncias han encontrado cadáveres, y gente que hacía tiempo que estaba desaparecida. Los videntes colaboramos con la policía en todas partes del mundo, pero la policía no hace pública nuestra colaboración, según ellos no estaría bien visto por los ciudadanos que el cuerpo policial creyera en “videntes”.
Ahora volvamos a lo tuyo, lo primero que tenes que hacer es llamar a tu psicólogo y decirle que por el momento no vas a ir más.
Decile cualquier cosa, que tenes mucho trabajo, que no te alcanza la plata. Lo importante es que no permitas bajo ningún motivo que él te convenza de cambiar de opinión.
Este señor es un seductor nato, y sabe hablar y convencer, por eso lo sigue tanta gente. Pensá bien en lo inteligente que es para ocultar su verdadera personalidad.
No vayas a olvidar ni por un momento que es un asesino.
Y llamame a la hora que sea, no importa si es de noche.
Podés tener imágenes durante el día o al dormir.
Llevate a la cama papel y lápiz así podes anotar lo que sueñes no bien te despiertes.
Es muy importante ubicar el lugar donde entierra a sus víctimas.
¿Entendiste bien Patricia?
Si claro, cómo no iba a entender todo lo que me había dicho, pero cómo hacerlo, si estaba aterrorizada. El simple hecho de pensar que en un sueño me podía convertir en victima de ese asesino me tenía paralizada.
Ceci no dijo ni una palabra en las casi tres horas que estuvimos con Carmen. Al salir le pedí a mi amiga que se quedara a dormir en mi casa unos días. La sola idea de volver a soñar con ese hombre me volvía loca; realidad y fantasía se confundían en mi mente, mis sueños eran cada vez más vívidos.
¿Por qué me estaba pasando esto a mí, si yo lo único que buscaba era conectarme conmigo misma, con mi alma, mi ser interior?
¿O es que acaso mi misión en este mundo era desenmascarar a este asesino?
– Soy tu amiga, me dijo Ceci, y no me voy a despegar de vos hasta que esto se termine. Cuando lleguemos a tu casa lo primero que hacemos es llamar a ese desgraciado y después te pedís unos días en la oficina. Yo voy a llamar a mi jefa, me deben un montón de vacaciones.
A partir de ahora tus sueños son mis sueños.
Tratamos de llegar a la noche lo más tranquilas posible.
Hablamos de trivialidades, criticamos a algunas amigas, eso siempre nos relajaba.
Ninguna de las dos tenía sueño, tampoco teníamos hambre.
La verdad yo estaba tratando de prolongar la hora de dormir.
Sentía mucho miedo, ¿y si mientras soñaba me moría del susto?
Se lo dije a Ceci y casi se ahoga de la risa.
–¿Cómo te vas a morir del susto?, además yo voy a estar ahí, no bien vea que te pasa algo, te despierto y escribimos todo.
Quedate tranquila.
En ese momento sonó el celular de Ceci, era su mamá, cuando cortó me dijo que la señora que tenía que cuidarla no había llegado.
– Tengo que ir a casa y vuelvo en seguida, me dijo, antes de que te duermas estoy de vuelta. – Quedate tranquila Ceci, es una noche más, si te quedas más tranquila quedate con tu mamá, ella te necesita, de verdad. Nos vemos mañana.
–Acordate, me dijo otra vez, tus sueños son mis sueños.
Cerré con todas las llaves como hacia las últimas noches y me fui a dormir, puse el televisor, estaban dando Nothing Hill, y sin darme cuenta me fui quedando dormida.
Otro capítulo se agregó a mis pesadillas o videncias, él venía a buscarme a mi casa y me preguntaba si quería que tuviéramos la sesión ahí o que fuéramos a su consultorio, le conteste que prefería el consultorio.
Y empecé a contarle todo lo que había soñado, todo. Lo de las prostitutas, que lo había visto a él en esa esquina, le pregunté si este tipo de sueños podía ser lo que se llama transferencia.
– ¿No estaré enamorada de usted?– le preguntaba.
Pero por qué sueño que las lastima, las mata y después las entierra.
¿Qué significado tienen estos sueños Licenciado?
El tartamudeó un poco, como si no tuviera una respuesta concreta.
Quizás yo esté un poco loca.
¿Qué me está pasando Romoli?.
Me propuso hacer una regresión más para ver qué descubríamos.
Me acosté en el sillón y empecé con la cuenta regresiva.
En esta oportunidad lo vi a él que se levantaba de su silla, iba a su escritorio, sacaba gasa y un frasquito, mojaba la gasa y me la ponía tapándome la boca y la nariz, igual que hacía en mis sueños.
Me tomó en brazos y bajamos por el ascensor de servicio directo al garaje donde estaba su auto.
Salimos a la calle, hizo quince o veinte cuadras y salimos a la General Paz.
Después tomó la Panamericana, me desperté, estaba atada.
Llegamos al mismo edificio en el descampado.
Ahora que ya sabía dónde estaba ubicado, podría ayudar a la policía.
Me ató a la cama, me mató, me enterró en la fosa con las prostitutas.
Se lo tengo que contar a Ceci.
Ceci se despertó sobresaltada, llorando, llamó a Carmen.
La encontré Carmen, la encontré.
Después de tantos años ya sé donde está enterrada Patricia.
Claudia Baralla.
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