Hacía exactamente un año que Amanda se había marchado para siempre de mi lado. Un año entero viviendo en un sumidero sin poder respirar. Un 31 de Octubre y una carretera mojada decidieron poner tierra por medio y separarnos eternamente. Yo siempre he pensado que el suicidio es la versión actualizada de la lenta espera a la muerte. Y no quería esperar.

Fuera oía corretear a los niños y sus absurdos disfraces que me evocaban aquella maldita noche en la que el alma se me partió en dos al ir a aquella sórdida morgue a recoger su cuerpo. Jamás olvidaré aquel intenso olor y esa atmósfera cruel y dañina. Había invertido mucho tiempo y dinero para echarme atrás. Mis gélidas manos sostenían aquella Star 9 mm.que tantos quebraderos de cabeza me había dado conseguir. El manantial de sudor que surcaba mi columna contrastaba con la palidez y mi semblante frío, inexpresivo, como que lo que iba a suceder no tuviera nada que ver conmigo. Cerré el viejo portón del garaje de forma violenta igual con la intención de que alguien lo oyese y pusiera fin a mi locura. Encendí la luz que averiada lucía intermitentemente, a trompicones, dando a la escena un aire más tenso. Me desabroché el último botón de la camisa y la remangué hasta pasado el codo. Busqué la silla plegable que usaba únicamente como pequeña escalera y la coloqué en el centro de la estancia. Saqué de la mochila un frasco de perfume que ella me había regalado por mi cumpleaños y me rocié de forma compulsiva.

Mientras esa nube embriagadora me cubría noté un calor en la entrepierna. Me estaba orinando y no podía parar. Rompí a llorar como cuando mi padre me regañaba de crio y recliné mi cuerpo en el respaldo. De repente y a un par de metros de mí una luz intensa proyectó la silueta de Amanda. Era ella. No podía mediar palabra pero ella si lo hizo. ¡NO LO HAGAS, NO LO HAGAS! increpó dos veces con una voz dulce pero autoritaria. Empuñé con firmeza la pistola y apoyé su cañón en mi entrecejo. Mi último recuerdo fue para ella. Apreté el gatillo y noté como aquel proyectil separaba mis sesos como Moisés las aguas del mar rojo. Y sin más el mundo comenzó de nuevo a girar.