—Hora de muerte: 20:19 —dijo el doctor mientras consultaba su reloj pulsera sin soltarme la muñeca con la otra mano.
Escuché unos sollozos contenidos. Seguramente mi esposa se apoyaba en su amiga para consolarse.
Con mi última mirada le dije que la amaba. Después alguien me cerró los párpados.
“Tengo frío, miedo… quiero llorar y gritar pero no puedo. No estoy muerto. No puede ser. ¡Estoy acá! Ahora”.
Las luces y sombras buscan atravesarme desde afuera. Me mueven. No quiero creer que esto es así.
De pronto, el nauseabundo olor a rosas embriaga el aire. Debo estar en el tanatorio. Más llantos.
“Solo espero perder la conciencia de una vez. ¡Por el amor de Dios, esto está mal!”