Subí como esperando la muerte. No, no podía caer así, en el vacío, sola. Tenía que conseguirlo. Pero él no me dejaba. Me agarró en mi cuello e intentó sofocarme. Traté de combatirlo, pero era inútil. Dejé caer en el suelo, con la ligereza de una pena, como él me acostó.

En mis últimos momentos él me observó, apenas. Y me quedé recordando memorias antiguas. Mis primeras memorias, mi primera bicicleta, mi primer día de clases … Tanta memoria que juzgaba olvidada, estaba allí. Después se fue. Y yo me quedé allí, muriendo …

Me sentía subir, llevar. Ya no sentía dolor ni tenía memoria de cómo había llegado allí. Había una energía en el aire, que me indicaba para seguirla. Estaba lista. Pero en el preciso momento en que lo hacía me sentía tirada. ¿Qué pasaba? Cada vez más fuerte, no pude resistir. Estaba de vuelta en mi cuerpo. Me desperté. Él me estaba salvando.

¿Por qué lo haría, si todo lo que quería más en la vida era matarme? Como que, adivinando mis pensamientos, habló.
– No pienses que te salgas así … Todavía tendrás mucho que sufrir…
– Déjame … – Hablé.
– No, no te dejo. Es inútil huir, siempre te alcanzar. Te encontraré en cada rincón donde te escondas …

Lo peor es que sabía que era verdad. Era inútil esconderme. Ya lo había intentado y fallado. Mi vida sería al pie de él, hasta mi muerte, o la suya.
Lloré mientras él se alejaba. Tenía recuerdos de mi muerte, quería morir de nuevo. Pero me faltaba el coraje. Siendo así, seguidlo, como él me esperaba …