Al final, todos habían salido a bailar. Hasta Fermina, la hermana muda del curita del pueblo, se abrazó al cerrajero para disfrutar el último chamamé de la noche. En vez del esperado sapucay, se escuchó un abucheo general al apagarse las luces. Fueron solo diez minutos de oscuridad, pero la sensación fue que duró una eternidad. Cuando regresó la luz, nadie sentía ganas de retomar el ritmo y la alegría se había hecho humo. Tanto así como Fermina, quién desapareció raudamente del lugar.
En la mañana siguiente, el Padre Hugo dio oficio a la misa del día domingo. No cargó con ningún reproche sobre la festichola de la noche anterior, no era de sermonear mucho. Por otra parte, él mismo había concurrido a la fiesta realizada en el Club El Progreso. Igual se lo notó demacrado, distraído, las manos le temblaban y la respiración parecía dificultosa. No se demoró mucho con los feligreses a la salida de la misa y se dirigió a recostar porque le dolían los huesos.
Durmió de corrido hasta la hora de la cena. Se levantó y las nauseas no lo dejaron probar bocado. Había soñado cosas espantosas; hechos desgraciados de sangre y suplicio. Tenía la boca amarga, el pulso acelerado y moría por una pitada. Buscó sigilosamente entre los cajones de la cómoda, debajo de las medias, un paquete de cigarrillos. Luego de encender el primero de los cinco que finalmente fumaría, ya se sentía mejor. El alma le había regresado al cuerpo.
Entonces, decidió ir a ver a su hermana, hasta la vieja casa del Barrio 1° de Mayo. Hugo Ceballos, vivía desde los treinta y un años en Esquina. Había nacido en Mendoza, al igual que Fermina, ambos andaban por los cincuenta y pico de años. Tocó bocina, de la vieja camioneta. Tocó dos y muchas veces más. Renegando, bajó del vehículo y apenas bastó un leve toquecito con la punta del dedo índice para que la puerta de acceso a la vivienda se abriera. Su hermana no hablaba, pero sí oía. ¿Dónde se habría metido? La buscó por toda la casa sin encontrarla.
Salió más indignado que preocupado en dirección a la “chata”. Uno de los neumáticos estaba pinchado y no llevaba rueda de auxilio. Las luces al igual que la noche anterior se apagaron en todo el pueblo. Ingresó a la camioneta y prendió los faros. Para completar se había largado a llover. Al regresar la energía, por suerte fue rescatado por gente amiga que lo acercó hasta la parroquia.
El lunes dio parte a la policía de la desaparición de Fermina. En tanto, el comisario le reveló una angustiosa noticia. Había aparecido un cuerpo sin vida, en cercanías del cementerio. La muerte era lo de menos, las condiciones que presentaba el NN eran escalofriantes. No tenía una gota de sangre. Era como si todo aquel vital líquido hubiera sido extraído. Tenía múltiples cortes profundos en las extremidades inferiores, sobre todo en las plantas de los pies.
—Padre, disculpe la pregunta, pero estoy en el deber de hacérsela — se excusó el comisario Benítez.
— ¿A mí? Estoy tan consternado como vos Jorge—respondió Hugo, perplejo.
— ¿Fueron ellos? — preguntó, alzando la vista hacia el cielo.
— No sé de qué me hablás. No quiero tampoco saber. Quiero que este pobre hombre descanse en paz y que mi hermanita aparezca ahora mismo.
Siempre habían existido malas lenguas que aseveraban que Ceballos era raro y que practicaba comunicación con los extraterrestres. En alguna oportunidad, se lo escuchó comentar acerca de “Los tres días de oscuridad” y del “Cinturón fototónico”. Augusto, poseía una mente abierta, y un tanto revolucionaria para los preceptos eclesiásticos. Pero de ahí, a entablar contacto con entes de otras dimensiones, era una cosa muy distinta.
Siendo las 22hs, previendo el mismo corte de luz de las noches anteriores, se mantuvo en guardia, y decidió no cenar tampoco esa noche. Estaba desesperado tras la desaparición de la hermana y del hallazgo macabro. Al otro día, fue a la morgue para gestionar el velatorio del fallecido. Las autoridades le negaron permiso, porque ante tremendo hecho lo enviarían a la capital para que personal idóneo realizara la autopsia.
Saliendo del lugar tropezó con Fermina. Llevaba unos cortes superficiales en los brazos y en las palmas de las manos. La sangre estaba coagulada en sus heridas, y en ese momento le dijo que estaba feliz de encontrarlo.