La bruma de un sueño plagado de pesadilla se me ha disipado de repente, al ritmo frenético e insistente de los timbrazos del teléfono. De nuevo llegan malas noticias del hospital. Tu estado de salud, ahora que parecía que te estabas recuperando, se ha vuelto a complicar con una infección pulmonar, «algo muy común en los pacientes ventilados», en palabras de la doctora que ha hecho la llamada. Es grave y, aunque no está todo perdido, nos requieren a Raquel y a mí para que vayamos cuanto antes por si llegara a pasar lo peor en las próximas horas.

Al salir a la calle, una ráfaga de aire gélido me ha despejado completamente, al mismo tiempo que una lluvia desapacible se ha mezclado con mis lágrimas haciéndolas invisibles. Aún era noche cerrada. El taxista que me ha traído ni siquiera ha intentado darme conversación, tal debía de ser la cara que me ha visto. De inmediato se ha dado cuenta de que no estaba para roscas.  Una vez aquí, me he encontrado con Raquel, que había llegado primero —ya ves, ventajas de tener coche—. Enseguida nos han pedido instrucciones por si llegara el caso —Dios no lo quiera—. Preguntan si tienes testamento vital. En realidad, no lo sabemos, nunca has hablado con nosotras acerca de este tema. Aun así, creemos que no y se lo hacemos saber al equipo médico. No estoy preparada para perderte todavía, De modo que les digo, casi les suplico: «Doctores, por favor, empleen todos los medios para salvar a mi madre. Reanímenla cuantas veces haga falta». Asienten.

 

Raquel hace un rato que se marchado a casa porque los niños la echan de menos y con el trajín que lleva necesita descansar. A Iván tu empeoramiento le ha pillado de viaje de negocios y no puede volver hasta dentro de un par de días, así que en casa está ella sola para todo. Menos mal que por lo menos le han dado unos días de permiso en el trabajo, sino se volvería loca. Me doy cuenta de que ella es muy fuerte, más que de lo que yo llegaré a serlo nunca y por primera vez en mi vida siento una verdadera admiración por mi hermana. Sin celos, sin envidias, sin rencores. Así que esta noche estamos aquí solas tú yo, mamá. A ver cómo se desarrollan los acontecimientos.

 

Me he quedado dormida en la silla y me despierto sobresaltada. Tardo unos segundos en darme cuenta de donde estoy. Recuerdo que todo el mundo me había insistido para que me marchara a casa a descansar, pero decidí quedarme «por si acaso». Raquel también me ha ofrecido su casa por si no quería pasar la noche sola en la mía. Pero, no. No era eso, era una extraña sensación que me ha acompañado durante todo el día. No sé… tenía el pálpito de que si me marchaba ocurriría algo malísimo, se daría ese «por si acaso» al que he temido enfrentarme todo el día. Al final ha sido ese mal presentimiento el que me ha obligado a quedarme aquí. La noche se presentaba tranquila —todo lo tranquila que puede ser en el hospital, ya sabes, que aquí el trajín no cesa a ninguna hora—. Como decía, todo estaba tranquilo, cuando, de repente, ha dejado de estarlo. A eso de las tres de la madrugada ha salido el médico de guardia y me ha hecho pasar al despacho para informarme con urgencia. Me encontraba algo aturdida todavía porque me ha despertado de sopetón. Ya ves… Y yo que creía que estaba velándote en la enfermedad… Supongo que la carne es débil y el agotamiento que llevo en el cuerpo infinito. Yo voy mejorando de lo mío, pero no estoy bien del todo aún. Mi doctora dice que no tenga prisa, que paso a paso se hace el camino. Que luego vienen las recaídas y es peor el remedio que la enfermedad. Intento ser buena paciente y hacerle caso, pero desde que ha tú has caído enferma todo se ha vuelto muy complicado. En la cafetería de aquí la comida deja bastante que desear, así que muchos días salgo a comer a un bar cercano que tienen un menú casero bastante económico. Algunos días es Raquel la me trae un táper de casa, como si yo fuera una hija más…

Pero volvamos a ti, que eres la importante ahora. El que ha irrumpido en medio de mi duermevela para traerme las malas noticias era el doctor mayor, aquel con el que me dio un ataque de risa hace apenas un par de semanas. Esta vez no se reía, por el contrario, su semblante era muy sombrío, tanto que me he asustado nada más verlo: «Su madre ha sufrido una parada cardiorrespiratoria de cinco minutos y ha necesitado maniobras de resucitación durante todo ese tiempo», me ha dicho quitándome el aliento con sus palabras. «Por suerte —ha continuado—, se ha recuperado, pero sepa que dista mucho de estar fuera de peligro. La anoxia no ha sido muy prolongada, pero teniendo en cuenta que aún se hallaba en fase de recuperación del su ictus, estoy convencido de que su cerebro ha vuelto a sufrir. En caso de recuperarse, las secuelas pueden aún ser mayores de lo inicialmente pronosticado». Otra vez esa maldita palabra «secuela» me martillea las sienes y me desmadejo sobre la silla como una muñeca de trapo. El invierno es duro, quizás demasiado, aunque por esta vez estoy segura de que verás el amanecer de un nuevo día. A pesar de que haga frío, por más que las nubes no nos dejen ver el sol. El temporal aún no haya cumplido con su ciclo vital y todavía se resiste a disolverse. Pero todo el mundo sabe que después de la tormenta siempre escampa y nosotras estamos a punto de ver de nuevo brillar el sol.

 

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