A veces pienso que la vida carece de sentido, que si es verdad que hay un ser superior que nos ha creado a su imagen y semejanza debe ser un loco. ¿Para qué molestare en sembrar el mundo de caos y sufrimiento? Pero entonces me doy cuenta que siempre guardamos en nuestro interior una esperanza, por pequeña que sea, de que las cosas mejoren. Y justo hoy es uno de esos días. Estoy aquí en el hospital, visitándote, mamá. Raquel no está porque Iván ha retrasado su vuelta del viaje de negocios. Me lo dice por la mañana temprano, cuando la llamo por ver si me podía recoger para venir las dos juntas. Está furiosa con Iván, porque lo espera como agua de mayo para poder liberarse un poco del cuidado de los niños y centrarse más en ti.

—Nada, que no hay nada que hacer. Que son órdenes directas de su jefe. Que, debe permanecer allí hasta que el acuerdo esté firmado. Que la empresa tiene mucho en juego y él tiene que hacerse cargo. —Noto la desesperación en su voz.

—Pero sabe lo de mamá, ¿no? Que un poco más y no lo cuenta… —replico con ingenuidad.

—Pues claro que lo sabe, mujer —confirma escueta—. Le paso el parte todos los días.

Sigo sin dar crédito a las palabras de Raquel. Me parece inconcebible que mi cuñado demuestre tan poca empatía con su mujer en un caso de vida o muerte como este.

—Y, ¿no hay nadie que lo pueda sustituir en las negociaciones? —insisto de nuevo.

—Lo mismo le dije yo. Sé que fue con Martina, que siempre ha sido su mano derecha. Esa mujer es la eficiencia personificada, pero no sé, Sandra, algo de me da mala espina… hay algo en ella que no me gusta. De cualquier modo, no entiendo qué problema hay en que se quede ella sola para cerrar el acuerdo. Si la mayor parte del trabajo ya lo llevó hecho Iván.

No conozco a la tal Martina. No recuerdo haber oído jamás hablar de ella ni a Raquel ni al propio Iván. No sé si es joven o mayor, guapa o fea, casada o soltera. No sé si entre ella y mi cuñado puede existe siquiera una amistad o un simple colegueo más allá del trabajo. Pero lo que sí sé es que mi cuñado lleva esperando un ascenso desde hace varios meses y le digo a mi hermana, solo por tranquilizarla, pues noto que hablar de Martina la ha puesto nerviosa, más que nerviosa, fuera de sí, que tal vez ese es el único motivo; que Iván quiere asegurar el terreno donde pisa para que no se le escape ese ascenso por el que ha trabajado tanto.

—¡Qué va! Eso ya está hecho. Oficialmente ya es el director comercial de la empresa. La verdad, no sé qué pensar…

La noto más preocupada de lo normal, pero quiero creer que en el fondo es solo por ti. Porque en estas circunstancia no puede prestarte toda la atención que mereces. Tú enfermedad es lo único que falla en su vida perfecta. No puede ser de otra manera porque ella supo escoger a un buen hombre y para todo fue y sigue siendo la hija modélica. No como yo que vivo a trompicones, que tengo mil frentes abiertos y que he ido por ahí entregando el corazón sin mucho criterio. Y sin embargo, yo también me quedo preocupada durante un rato porque no es normal que Raquel pierda los papeles.

Sin embargo, la preocupación por Raquel se me pasa de repente cuando el médico mayor, con el que me dio un ataque de risa hace unas semanas y el que estaba de guardia cuando tuviste la parada me dice: «Sandra, el peligro ha pasado. Si no hay ninguna complicación más, y en realidad no tiene por qué haberla, en unos pocos días la sacaremos de la UCI». En ese momento mi corazón baila de alegría, aunque me gustaría que Raquel estuviera conmigo para que el suyo también lo hiciera…