Nunca creí la versión oficial. Aquel hombre tenía muchos defectos, qué duda cabe. Mientras vivió no fue un ejemplo de nada y es posible que se hubiera granjeado toda clase de enemigos tanto en la vida pública como en la privada. Entre otros, su exmujer y sus hijos, que según me consta no lo tenían en gran estima. Tenía muchas debilidades que conocí tal vez demasiado tarde y por las que acabé rompiendo nuestra relación: demasiado gusto por las mujeres y el dinero fácil. Pero ante todo era un hombre apasionado y audaz al que le gustaba disfrutar de la vida y poco dado a arredrarse ante las adversidades. Para todos aquellos que lo conocíamos resultaba incomprensible que acabase con su vida de manera voluntaria y ni todos los informes forenses o policiales del mundo podrán convencerme de ello. Quién  sabe, tal vez algún día se conozca la verdad…

La muerte de Ricky extinguió su causa judicial y me liberó de tener que declarar como testigo. Este fue el único efecto positivo que tuvo en mi vida. Por todo lo demás fue deletérea para mi estabilidad psíquica e hizo que mi ánimo se abatiese por completo. Como ya te he dicho, la psiquiatra, cuando me dio el alta hospitalaria, me citó en las consultas externas del hospital para hacerme el seguimiento. A mí no me apetecía nada continuar con el tratamiento, pero en aquel momento acepté porque los quince días de plazo que me dio me parecieron una eternidad. Sin embargo, el tiempo pasó volando y llegó el día de la cita, la cual me salté a pesar de que te había prometido mil veces que acudiría sin falta. Es lo que pasa cuando no tienes voluntad de nada, tan siquiera de vivir, que crees que todo se puede aplazarse para un momento mejor, aunque en esencia sabes que nunca llegará.

No te llegué a confesar que no acudía a la terapia, por eso no comprendías cómo podía ser que a pesar de todo no mejorase, que cada día se me marcaran más los huesos y estuviera más demacrada. Y eso que yo intentaba disimular como siempre a base de maquillaje y gruesos jerséis que cubrieran mi cuerpo cada día más consumido. Pero a ti nunca pude engañarte, mamá. Tú siempre has sabido mejor que yo lo que me pasaba. Es una lástima que no encontraras una forma de ponerle remedio. El amor de madre tiene muchas propiedades milagrosas, pero aun así no pudiste ayudarme entonces. Aunque puede que fuera yo la que pusiera todos los impedimentos.

¿Pero sabes qué pasa cuando tocas fondo? Que el suelo es algo sólido. En realidad muy sólido y no te permite caer más abajo por mucho que ese sea tu deseo. El suelo, aunque sea el de la cripta más profunda que te puedas imaginar constituye un apoyo firme sobre el que volver a ponerte en pie. Eso es lo que me ocurrió una mañana en la que por primera vez después de mucho tiempo me atreví a mirarme desnuda en el espejo. Me enfrenté por fin a la imagen de la que llevaba huyendo toda mi vida. No fue fácil. Nada se interponía entre nosotras y fui capaz de vislumbrar la ruina física en la que me había convertido. Me dolió verme así. No aprecié ni una pizca de belleza en aquella muchacha escuálida y de de ojos aniñados que me miraba a través del cristal. Entonces tuve miedo de mí misma, de lo que había sido capaz de hacerme. Era una mujer joven, en la flor de la vida. La gente de mi edad disfruta de la vida sin siquiera proponérselo. Me consta que buscar la propia felicidad es algo connatural al ser humano. Sin embargo yo no conseguía ser feliz. Aquel alíen que llevaba dentro desde la muerte de papá no me había dejaba serlo. Supe al instante que era el momento de dejar todas mis mierdas atrás.

Me metí en la ducha y mis lágrimas se mezclaron con el agua. Me salieron todas las que había retenido a lo largo de mi vida. Lloré con todas mis fuerzas para dejar atrás la pérdida de papá, la de Elena, la ruptura con Carlos, la muerte de Ricky y no sé cuántos malos momentos que tenía atravesados en medio del alma y que no me dejaban respirar. Estuve mucho rato así, desmadejada, acurrucada con el agua purificadora limpiando mi cuerpo y mi mente. Dejé que arrastrara todo lo malo que había en mí, hasta sentirme pura, con una lucidez que no recordaba haber sentido jamás. Cuando un frío glacial me hizo volver en mí, sentí que una nueva Sandra, más valiente, más noble y más capaz había renacido en mí y supe que podría superar todas las dificultades que tenía por delante.