No tardan mucho en hacernos entrar en un despacho impersonal iluminado con ese tipo de tubos fluorescentes que hacen que todo el mundo se vea pálido. Nos espera un médico ataviado con un pijama de un malva desvaído, que por lo visto, ahora ha desbancado de la UCI al blanco de toda la vida. Hasta eso va por modas. Es jovencísimo, casi imberbe; por su aspecto apenas podría creer que hubiera acabado la carrera, cuando menos que esté a tu cargo, mamá. Es educado. En realidad, más frío que educado. En todo caso, con una cordialidad estudiada y aséptica, como corresponde a un lugar como este. Empieza diciendo que estás grave, pero estable. Ya ves: ¡Pim, pam! Una de cal y otra de arena. Raquel y yo preferimos ser optimistas y aferramos a lo de «estable». Estamos agarradas de la mano como cuando éramos pequeñas y lo escuchamos mientras continúa hablando acerca de tu estado.

—Como ya sabéis, vuestra madre ha sufrido un infarto cerebral, lo que se conoce como accidente cerebrovascular o ictus. En su caso se trata de una trombosis. Si hubiera sido un derrame no habría más remedio que esperara que el hematoma se reabsorbiera por sí mismo o intervenir para drenarlo llegado el caso, pero por suerte en esta situación podemos tratarla con un trombolítico a fin de restablecer cuanto antes la circulación de la zona afectada.

—Entonces, ¿el pronóstico es bueno? —se aventura a preguntar Raquel con los ojos todavía enrojecidos, mientras le clavo las uñas en la mano sin darme cuenta de que casi le hago sangre.

—Como os acabo de decir en otras palabras, los daños están limitados a una parte no vital y es previsible una recuperación en los próximos días o semanas. Depende de ella. Vuestra madre parece fuerte y somos moderadamente optimistas, aunque casi con toda seguridad necesitará sesiones de rehabilitación para recuperar las funciones dañadas. Por mínimo que sea el infarto, debo advertiros de que siempre queda alguna secuela.

Siento como si el médico hubiera masticado lentamente la palabra «secuela» hasta escupírnosla a la cara. De repente, ya no me resulta tan simpático.

—¿Secuela? ¿De qué tipo? —esta vez soy yo con un melindre de voz la que pregunto al doctor.

—Bueno, después de la última resonancia que le hemos practicado y por el área afectada es posible que tenga dificultades con la movilidad, incluso con el habla. No podemos precisar más. Habrá que ir viendo la evolución —es todo lo que nos dice dejándonos casi con la misma incertidumbre que antes de hablar con él.

Ya en casa, por la noche, esa frase: «grave, pero estable» me atormenta, aunque no me hace perder la esperanza de que puedas recuperarte y escuchar todo lo que todavía me queda por contarte. No te puedes ir todavía: no solo por mí, sino también por Raquel y por tus nietos. ¡Mamá, sé fuerte como siempre lo has sido!