Una grieta,
simple hendidura en la madera,
absurdamente digna en una superficie barnizada,
sostiene mi mirada
y me invita a desaparecer,
me desafía,
me traga como lo haría un agujero negro,
como si el voraz sumidero del mundo
estuviera alojado en la barra de algún bar.

Y, desde ahí, sucio como mi ser,
me susurrara verdades que no quiero escuchar
sobre mi propio vacío y desesperación.

Esa simple grieta me habla
de mi inquietante incapacidad para escribir cualquier cosa,
porque, al parecer,
hoy no es un día para reflexionar,
ni para compartir,
ni siquiera para mantener una existencia respetable.

Parece que hoy vuelve a ser el día
en el que me dejo arrastrar por la espuma blanca
y amarga
de un mar agitado,
que me sacude por fuera y me revuelve por dentro,
que me hunde una y otra vez hacia el fondo arenoso
para encallarme entre miserias.

Ahí está ese ruido sordo que no se marcha,
Esa noche lluviosa en mis sentidos,
porque anoche escupí mi angustia.
Y ahora…
¿Qué me queda?
Me queda sólo una sombra mareada en medio de un mar de caras.

¡Que nadie me toque, joder!
Porque un postoperatorio no deja tan mal sabor de boca como el que queda al día
siguiente de derramar mi poesía.

Es esa quemazón de haber desangrado mis venas,
de convertirme en un folio que acaba de desnudarse
y que cae al suelo abandonado.
En eso me he convertido hoy:
en mi propia página en blanco,
En un espejo que se ha vuelto negro y opaco…

Mis letras navegan sin rumbo y naufragan
junto a litros de cerveza,
junto a fantasmas
que deambulan por el aire plomizo.
Y, si no puedo escribir, me pregunto:
¿Qué me sujeta a la tierra?

Creo que
en esta mar de fondo
me sostendrá mi libido,
columna vertebral en ausencia de mi pluma,
porque mis manos irreales y temblorosas
sólo encuentran calor
entre tus piernas.

Esta desazón que mastico,
no entiende de conversaciones filosóficas.
Me daña
el tacto fío y suave del barniz de la barra
y me hacen llorar
las crónicas de las muertes de los poetas de siempre.

Me hundo en esa grieta que me sigue mirando
y desde ahí
observo los dolores de La Tierra,
las manos manchadas de sangre
de fanáticos políticos y religiosos,
observo el hambre y la ambición,
la ambición y el hambre
y hasta el jodido Yin-Yang.

Hoy
no soy capaz de encajar noticias tristes,
Y, sobre todo,
no quiero saber de la muerte,
porque estoy de resaca poética
y porque la llevo conmigo.