SEMBRADORES DE SUEÑOS

El abuelo de Manu es raro, eso le dicen al niño sus compañeros de clase, “diferente” sus amigos. A Manu le parece que en el fondo todos quieren decir lo mismo, el caso es que el abuelo Sebastián deja tras de sí un signo de interrogación por dondequiera que pasa y esa tarde de primavera lo dejó claro.

Manu salió por la puerta del colegio corriendo como un loco en dirección a la esquina donde su madre solía esperarle, pero no estaba allí. Entonces pensó que quizás se encontraría en algún otro punto del muro blanco y desconchado del colegio, charlando con otra madre. Con frecuencia las madres hacen eso, así que decidió que lo mejor sería andar en lugar de correr y hacerlo muy lentamente. Eso hizo, pasando por en medio de los grupos o los pares de personas que encontraba a su paso, sin resultado.
Manu empezó a preocuparse cuando ya sólo quedaban el portero y él. Éste estaba cerrando una de las hojas del gran portalón negro cuando una figura alta y regordeta, vestida de color verde botella, apareció por la esquina.

-¡Sebastián, buenas tardes! ¿Cómo usted por aquí?- dijo el portero en voz muy alta, como si por ser abuelo Sebastián hubiese de ser sordo.
-Hola, Luis –contestó el abuelo a duras penas, porque había venido caminando a paso rápido y él no estaba para esos trotes.

El abuelo miró a Manu y le saludó con la mano, sonriendo.

-Ese niño de gafas redondas y rodillas magulladas es mi nieto, Luis. Vengo a llevármelo.
-Todo suyo, señor Sebastián. Yo ya estaba pensando en avisar al director y llamar por teléfono a su familia –contestó el portero, aliviado.

El abuelo tomó de la mano a Manu con firmeza, no se le fuese a escapar por el camino, y los dos se marcharon caminando y charlando de sus cosas. Luis el portero se quedó un ratito más en la puerta, mirándoles. Eran como dos gotas de agua. O como dos guisantes, sólo que uno estaba más arrugado que el otro.

Manu no tenía ni idea de la tarde que le esperaba. Ningún pastelito, merienda del abuelo: pan tostado y crujiente arañado por un diente de ajo y empapado en aceite de oliva.

-Nada de “aparatitos” –le dijo el abuelo y eso le dejó hasta sin tele –A jugar a la puerta. Yo me quedo contigo.

No es necesario decir que diez minutos más tarde tuvieron que regresar a casa. Aparte de un gato negro y tuerto que le miró extrañado con el ojo que le quedaba, no había en la calle nadie dispuesto a jugar. Nadie de menos de cuarenta años. Finalmente el abuelo tuvo que rendirse. Permaneció un rato callado, como manejando pensamientos de peso, y después se dirigió a Manu con mucha seriedad.

-Vamos a mi jardín, tengo algo muy importante que contarte. Ya eres lo bastante mayor.

Entraron de nuevo en el piso. Era un bajo y el abuelo tenía en su cocina una puertecita que daba al patio interior del bloque de viviendas. Esta prohibido que los vecinos lo usaran, era sólo para entrar a recoger la ropa que a veces se caía de los tendederos o los juguetes que algunos niños más pequeños que Manu arrojaban por la ventana. Pero un tal “Presidente de la Comunidad” le había dado permiso al abuelo Sebastián para utilizarlo, seguramente porque ya era mayor y además simpático.

El abuelo se había quitado la chaqueta verde botella y se había puesto un jersey verde botella. Tomó una llave pequeñita y abrió la puerta. Muchas macetas con plantas verdes y flores de colores llenaban el pequeño patio. Manu no vio ni una sola hoja amarilla: el abuelo era un entregado jardinero.

-Siéntate aquí- dijo el señor Sebastián, señalando un saco grande de tierra que él usaba como silla.

Manu se sentó, intrigado. ¿Qué sería aquello que el abuelo quería contarle porque ya era lo bastante mayor? Sintiéndose importante, dijo:

-¿Qué me quieres contar, abuelo?
-Es una historia verídica, pero tengo que empezar por el mismo principio. Sólo te pido una cosa: mientras te lo cuento debes sostener estas semillas entre tus manos. Hasta que yo termine. ¿De acuerdo?

Manu asintió con la cabeza y tomó entre sus manos un puñado de bolitas negras que eran semillas de una planta.

-Muy bien, ahora podemos empezar –el abuelo carraspeó para inspirarse- Después que el mundo se llenó de personas, las cosas empezaron a ponerse feas.
Como la gente vivía mucho tiempo y moría muy anciana, tenía tiempo de inventar toda clase de cosas. Buenas y malas. Por este motivo los ancianos eran o bien muy buenos o muy malos. Los jóvenes aprendían lo que veían de ellos y entre todos impedían que los niños tuvieran infancia : el mundo era un desastre.
Entonces un día apareció un hombre en aquella parte de la tierra. Al principio se veía muy pequeñito, porque bajaba de las montañas pero conforme se fue acercando a la Gran Ciudad la gente pudo ver que en realidad aquel hombre era joven, alto y muy fuerte y vestía ropas largas de color marrón. Se apoyaba con una mano sobre una gruesa vara. Su pelo era muy largo y lo tenía suelto. El viento lo levantaba de aquí para allá, pero nunca se le enredaba. Entonces todos se dieron cuenta de que algo invisible y poderoso le rodeaba.
La gente se preguntaba quién era y algunos hasta le tenían miedo, porque nunca habían visto a nadie igual a él.

-Soy el Capitán del Ejército de Sembradores.

Cuando dijo esto algunos de los ancianos malvados se echaron a temblar. Los jóvenes que habían aprendido de ellos dijeron:

-¿Por qué estáis temblando? No trae espada. Podemos acabar con él en cuanto queramos.
-¡Noooo!- gritaron aquellos ancianos malvados. Cada maldad que habían cometido a lo largo de sus longevas vidas había dejado una arruga o una cicatriz en su cuerpo y por eso eran absolutamente feos.

-No le toquéis –dijeron otra vez- Es un hombre muy peligroso. Y trae semillas.

Entonces empezaron a temblar todavía más, pero de los demás nadie entendía nada.

La verdad es que Manu tampoco entendía nada y estaba empezando a distraerse con algunos gusanos que se movían en una de las macetas. El abuelo se apresuró a aclararlo todo.

-Manu ¿sabes qué eran aquellas semillas?
-No.
-Semillas de Sueños. El fuerte personaje era un Sembrador de Sueños. Los Sembradores de Sueños eran un ejército de valientes que sembraban las semillas mágicas y cuando ellos hacían esto, cualquier cosa podía suceder, aún lo imposible.
-¿Lo imposible se puede hacer ?
-Por supuesto. Ellos hablaban palabras poderosas e invisibles que entraban por los oídos de la gente y se transformaban en semillas. Estas semillas echaban raíces en el corazón de las personas y las transformaban en otras.
-¿Sólo hablando?
-Las palabras son mágicas. Tienen poderes.

Por ejemplo, si había alguien triste y había un Sembrador de Sueños cerca, éste le transmitía semillas de esperanza. Entonces la persona triste soñaba sueños de esperanza. Soñaba que se hacía más fuerte, soñaba que podía lograr cosas difíciles, soñaba que era una persona valiosa y que el futuro podía ser mejor, y se transformaba. Se convertía en un valiente y en una persona animosa.
Cuando alguien estaba desmotivado, el Sembrador de Sueños le hablaba una semilla mágica. La semilla le hacía soñar. Soñaba con tierras que nadie había visto antes y que él o ella pisaría por primera vez, soñaba con los animales desconocidos y fascinantes que conocería allí, se transformaba en un viajero, en un descubridor o en algo incluso mejor.
Cuando alguien veía injusticias y le parecía que el mundo era demasiado injusto o malvado, un Sembrador le hablaba una semilla mágica y él empezaba a soñar. Soñaba que era fuerte, que podía cambiar el mundo, aunque fuese ladrillo a ladrillo. Soñaba que ayudaría a los débiles, que corregiría o castigaría a los malvados, se transformaba en un líder verdadero o en un héroe.
Aquellas semillas eran muy poderosas. Podían cambiar el mundo.

-¡Por eso los malvados no las querían!
-Claro
-Y ¿qué sucedió con el Capitán del Ejército de Sembradores?
-Dio semillas a todos los que quisieron y aquel mundo empezó a cambiar. Sucedieron cosas muy bellas. Pero entonces…
-¿Qué, quéee? –dijo Manu, levantándose de repente del saco de tierra.
-Los ancianos malvados inventaron otras semillas. También eran mágicas, pero cuando se las daban a la gente no les hacían soñar.
-¿No?
-No- dijo el abuelo, poniéndose triste- Las semillas se comían el corazón de la gente, sus sueños, su fuerza y la transformaba en personas-animales.
-¡Personas-animales! Entonces ¿gruñían o ladraban? –preguntó Manu.
-Sí. Unos gruñían todo el tiempo diciendo: “No toques lo mío” “Te morderé si no haces lo que yo quiero”. Otros ladraban y en el lenguaje de los ladridos decían “Este es mi territorio” “Dame, dame”. Surgieron otros muchos lenguajes de animales, pero no tengo tiempo de enumerarlos todos. ¡Ah, también los había con el lenguaje de la serpiente! Decían en su idioma “Pobre de mí” “¿Por qué el mundo no vive pensando en mí?”
-¿Todos tenían idiomas de animales?
-No. Algunos callaban y ésos eran los más tristes de todos.
-¿Por qué?
-Porque querían hablar y atreverse a emprender las cosas que deseaban, pero las semillas malas les habían quitado la fuerza y les habían hecho creer que ellos no eran las personas adecuadas.

Manu se puso muy triste. Imaginó otra vez el mundo hecho una ruina.

-Entonces ¿todo volvió a ser malo?
-No. El Capitán de los Sembradores decretó que su ejército ya no vestiría uniforme y que no estaría compuesto por jóvenes guerreros. Creó un escuadrón secreto que los malvados no podían reconocer ni neutralizar. Así se formó el Escuadrón Secreto de los Sembradores de Sueños. Todos tenían en la nuca un tatuaje con forma de mariposa y esa era la única forma de reconocerles. El escuadrón lo formaban ancianos, ancianas, jóvenes, adultos e incluso niños y niñas. ¡Con ellos nunca pudieron los malvados! Por eso aún existen semillas mágicas de palabras poderosas que producen sueños.
-¡Qué bien!
-Sólo hay un problema: hay que cuidarlas. Porque si no, se transforman en semillas semi-mágicas y no mágicas del todo.
-¿Pierden su poder?
-No pierden el poder, pero se transforman. Por ejemplo, algunas semillas que he visto sembradas son semillas raquíticas. Sus poseedores sólo sueñan con “maquinitas” y por eso se transforman en maquinitas humanas que dicen en el lenguaje de las máquinas “Mañana será otro día igual” “Yo no puedo inventar mi propio juego” “Sólo aquí, sólo ahora, sólo yo”. Hay semillas que son tan pequeñas y tan deslucidas que los sueños que producen en la gente son sueños que dicen “Yo no puedo, yo no puedo”.
-Las semillas que tengo en mi mano ¿cómo son, mágicas o semi-mágicas?
-Totalmente mágicas.
-¿Me las vas a dar?
-Te las doy ahora mismo

El abuelo las tomó de las manos de Manu y las puso en las suyas. Estaban húmedas del sudor de Manu. El señor Santiago abrió sus manos y sopló fuertemente sobre sus palmas abiertas. Las bolitas, impulsadas por su aliento, fueron cayendo sobre el pecho y sobre las piernas de Manu y rebotaron hasta el suelo. Entonces dijo con tono misterioso:

-Ahora las tengo que hablar. No te muevas. Yo, tu abuelo, te hablo las semillas mágicas. Eres un niño muy amado. Eres un gran soñador con grandes sueños. Eres un niño bueno. Siempre que te esfuerces y seas valiente brillarás, eres especial simplemente por ser Manu.

Y volvió a soplar esta vez sobre la cara de Manu hasta que éste empezó a reír a carcajadas porque el aire le hacía cosquillas debajo de las orejas.

-¡Para, para, abuelo, tengo muchas cosquillas en el cuello! -cuando el abuelo hubo parado, Manu preguntó con mucha curiosidad- Y ahora ¿qué?
-Ahora sueña. Y nunca te rindas.

El abuelo Sebastián se dio media vuelta y volvió a entrar en la cocina para prepararse una sopa, porque él siempre cenaba muy temprano. Entonces lo vio. Manu pudo ver claramente, tatuado en el cuello de su abuelo, una mariposa. Su abuelo era miembro del Escuadrón Secreto de los Sembradores de Sueños. Contuvo el aliento por unos segundos. La gente decía que era raro. Claro, por eso…

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