Una vez superado el modo, con el carro lleno voy contenta a casa, sabiendo que esta semana no nos va a faltar de nada. Cada día somos más, siempre unos pocos fijos, a veces alguien desaparece por un tiempo, pero al final vuelve. Echo de menos la leche, casi nunca la tiran porque las fechas de caducidad son amplias. Yogures tomamos muchos. Mi madre dice que el yogur puede sustituir a la leche. Yo creo que no es lo mismo. A mí me gusta la leche calentita.
Por la mañana voy al instituto, mis libros son de segunda mano, pero no me importa, los libros usados me gustan, tienen memoria y lo esencial ya está subrayado. Si mi profesor piensa que lo importante es otra cosa, no hay problema, señalo lo que dice el mío de otro color. El libro de lengua es de una tal Sara García, ha dibujado corazones por algunas páginas con Santi, hasta que en el tema diez ya no está por él.
A la ida voy caminando, pero a la vuelta, Domingo el conductor del autobús, me cuela ya que su turno comienza a la una.
–Domingo, ¿cuándo haces el turno de la mañana?
–Pronto muchacha.
–Por la mañana hace más frío Domingo.
–Lo sé chica
Siempre me pregunta por mamá.
–Ella está bien, sólo un poco triste –le digo.
En el libro de ciencias firma Pedro Villares, está impecable, hace unos esquemas muy buenos, y me ha ayudado mucho.
Mañana tengo un examen de ciencias, y la célula animal me la sé pero la vegetal es más complicada. Las matemáticas es mi asignatura preferida, no hay que pensar mucho, son términos exactos. Esa es la vida. Las matemáticas.
Me acuerdo mucho de papá, me decía que lo único que nadie te puede quitar es el conocimiento. Si estudio prosperaré y ganaré dinero. Entraré en el supermercado a primera hora y echaré un vistazo a todas las marcas y precios. Podré elegir y comprar lo que me guste.
Por las tardes estoy en la biblioteca, hago los deberes caliente, y allí están Teresa, mi mejor amiga y Pablo, un chico silencioso un poco mayor que yo. Suele estar magullado porque le gusta mucho jugar al futbol. La madre de Teresa trabaja en la biblioteca y debe esperarla. Siempre estamos los tres.
Pablo me mira de reojo, con sus ojos caídos color miel. Lee mucho, sobre todo libros de aventuras y de superhéroes. Pablo me gusta.
Una vez en casa, poco a poco me voy quedando fría y me acuerdo otra vez de los vasos de leche caliente. Entonces me apetece robar, un par de litros nada más. Ya no me acuerdo a qué sabe el cacao porque tampoco caduca y no lo tiran. Me acuesto pensando en ello y en Pablo. Mi madre siempre me dice que no merece la pena coger lo que no es tuyo. Trae problemas.
Pablo habla poco, me hace gracia su forma de caminar, con los pies ligeramente hacia afuera. Me gustan las personas que no me hacen preguntas tontas, como la cotilla de Bea, que me pregunta de qué marca son mis vaqueros o dónde me voy a ir de vacaciones. Pablo siempre va con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos, siempre está hablando de películas.
El viernes, el día de recogida, para hacer tiempo, procuro quedarme hasta que cierran la biblioteca. Pablo está leyendo tocándose los labios, los tiene hinchados.
–¿Qué te ha pasado?, ¡menudo balonazo te han dado!
–No es nada.
– ¿Te has peleado con alguien?
–Mi padre… no se entera de nada, ya sabes, lo paga conmigo.
Me quedo mirando los ojos miel de Pablo. Me recuerda a mi madre, con su semblante caído, y su expresión perdida. Teresa detrás de él nos hace burla con las manos.
–Si quieres puedes pasar el fin de semana en mi casa.
–No sé si me dejan.
– ¡Vente!, ¡podemos jugar a algo!
–No me atrevo a preguntar a mi padre.
–Te acompaño, se lo decimos a tu padre y luego me acompañas a por comida.
El padre de Pablo tiene la camisa abierta y en la mano lleva una lata de cerveza, ladeándose por el pasillo nos dice que sí, que no le importa que venga a mi casa.
–Demonio de chicos –murmura amargado.
Por el camino Pablo me dice que su padre mañana no se acordará de nada. Y yo le cuento lo de la comida, no me da vergüenza. Junto a él no me parece que sea tan grave.
Me mira.
–Huele a podrido –me dice arrugando la nariz.
–Pronto te acostumbras. ¡Ayúdame anda, no te quedes ahí parado!
Rescatamos croquetas, carne, y fruta. Lo mejor ha sido lo de las galletas, al menos cogemos cuatro cajas. Pablo me anima:
–Coge aquellas, esas están buenísimas. ¡Y el pan, llévate ese pan!
Pablo me ayuda a cargar con las bolsas, y nos reímos comiéndonos unas chuches que caducan hoy mismo.
Mientras caminamos, se saca de la mochila dos batidos de chocolate con leche que se ha traído de casa.
– ¿Quieres? –me dice
Entonces de la alegría le doy un beso en su labio deformado. Pablo se queda quieto.
Bajo la cara y le digo:
–Ya lo tienes mejor
Entonces me mira a los ojos, en un silencio que se me hace eterno, pienso que me va a decir que estoy loca, o que soy guapísima, o que soy la chica que mejor le ha besado.
–Tus heridas no se ven– me suelta.
Empezamos a beber el batido con la cara colorada como dos tomates y por la garganta me cae la leche y el chocolate como una fiesta. Nos queda poco para llegar a casa, sin darnos cuenta se nos ha hecho tarde.
Mi madre preocupada, al vernos con tantas bolsas nos dice:
–No las habréis robado ¿verdad?
–No mamá. Solo un beso–digo yo bajito.

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