Te voy a contar la historia que siempre había deseado vivir. Dary me ayudó a cumplirla.

Le había conocido a principios de agosto en una situación extrema. Harto complicada para mí. Seis meses después, entre risas y besos brindamos por el negocio que teníamos entre manos y por lo que más nos importaba, nuestra amistad. Descorchamos una botella de champagne.  Dijo que no hacían falta las dos copas, con una era suficiente. Bebimos toda la botella, hasta el último sorbo, con sólo una.

Apoyados en la barandilla de la terracita de mi apartamento junto al mar contemplamos la noche. Dary me prometió un buen final. La luna llena brillaba sobre nuestras cabezas, en el centro del oscuro cielo cargado de diminutas estrellas. Entre risas y bromas a cerca de nuestra propia ignorancia, intentamos unirlas entre sí. Creamos nuevos dibujos con ellas.

Dary se había puesto el perfume que tanto me gustaba.  Olía a deseo. Con ganas de saborear la vida, en silencio. Acercó su pecho a mi espalda. Rodeó mi cuerpo con sus brazos.

Era una noche especial para los dos. Nuestras palabras se tornaron susurros, quizá por el champagne, quizá por el deseo de que la noche no se marchara y se quedase con nosotros, la respiración se nos aceleraba. De vez en cuando se nos escapaba un suspiro al mismo tiempo. Yo reía y él pensaba y sonreía.  Alargó la mano, acarició el cielo; me regaló la luna, besó mi cuello. Llenó la copa. Acarició mi pecho. Después, me comió la boca…