Lo peor que le puede pasar a un gánster es hacerse famoso y algo de eso tuvo que pasarle a Beppe Bartali.
La primera vez que lo vi, yo era un mocoso de quince años con ínfulas de matón de barrio. La hazaña mayor que había perpetrado en el mundo del hampa era haber dejado embarazada a la mujer de “Gatillo fácil” O’Donnell, un sicario del clan irlandés de Chicago. Yo me veía con la chica sólo por joderle a él. El día en que me dijo que estaba embarazada fue como si por fin, le hubiera metido una bala en el cráneo a O’Donnell.
– Si sale moreno, ponedle mi nombre – dije cerrando la puerta de su cuarto.
Caminaba entre las sombras de las escasas farolas de la calle 32 cuando un Buick negro del año veintitrés se cruzó en medio de la calle delante de mí. Dos tipos con sombrero y pistola salieron del coche. Di media vuelta en un vano intento de huir, pero de los dos callejones que había a mis espaldas surgieron como de la nada sendos matones con metralleta que me cerraban el paso. Pensé que era el fin.
– Sube al coche – dijo el tipo de la cicatriz en el párpado que parecía llevar la voz cantante.
La orden me la dio acompasando un leve movimiento de cabeza y pistola en dirección al Buick. Un gesto que tenía muy ensayado – pensé.
El trayecto en el asiento trasero, flanqueado por los dos matones, fue corto y durante el mismo no dijeron una palabra. El tipo que tenía a mi izquierda le quitó la gorra al conductor y me la puso a mí.
– Cuando estés delante del Patrone, muéstrale respeto descubriéndote – dijo.
Me llevaron al “Capri”, un club del barrio italiano de la calle 44, en donde el humo de los cigarros se quedaba a dormir cuando el local cerraba. Me contaron que en el Capri, los únicos que no entraban armados eran los curas, pues hasta las chicas llevaban una navaja de primeros auxilios escondida en la liga. Al parecer fue una de esas chicas, una siciliana, quien le cortó la cara a Mike El Tuerto, cuando confundió la profesión de la chica con la de la madre. En aquél Chicago ciertas afrentas no se perdonaban ni a las putas ni a los pistoleros y Mike, que hasta entonces había Mike El Guapo, cambió de apodo por no saber beber. Recuerdo que fue el saxofonista de la orquesta del Capri quien me lo contó. Se llamaba Toby, un negro de Nueva Orleans que nunca supo tocar el saxofón ni mantener cerrada la boca. Cuentan que fue lo primero lo que lo mató. Me condujeron a un reservado del fondo en donde tres tipos departían con sendas prostitutas y una botella de Bourbon.
– ¿Me conoces chico?¬ – dijo un tipo con el pelo negro a quien todo el mundo conocía en el barrio. Amado y odiado a partes iguales, estaba frente al gran Beppe Bartali.
– ¡Cómo no, Patrone! ¿Quién no conoce a Beppe Bartali? – dije descubriéndome como me habían recomendado.
– Don Giuseppe, para ti – terció el tipo del traje color crema que se sentaba a su derecha.
– ¿Lo ves Paolo? Cuando hasta los chicos del barrio te conocen es que tienes que emigrar antes de que una bala se cruce en tu camino. Somos gente de honor, pero la fama no va con nosotros. Nos tienen que respetar, pero no nos tienen que conocer.
– Yo ya olvidé su cara Patrone – dije en defensa propia, comentario éste que provocó la hilaridad del señor Bartali y, por puro servilismo, la del resto de acompañantes.
– Tienes agallas chico. Me gustas. Dicen en el barrio que te entiendes con la mujer de O’Donnell – dijo.
Iba a negarlo pues no sabía si eso iba a sentenciarme, cuando con un gesto de su mano me ordenó callar.
– Como te decía, me gustas chico, pero eres joven y tienes muchas cosas que aprender. Si trabajas para mí, te enseñaré todo lo que necesitas para ser un hombre, pero has de observar ciertos códigos. Somos gente de honor, chico. Y la gente de honor no va jodiendo a los hombres metiéndose en la cama de sus mujeres. Si tenemos alguna diferencia con ellos, les damos pasaporte. ¿Me sigues?
– Si Patrone – dije bastante nervioso.
La exposición de Beppe Bartali no sabía si conducía a la gloria o al cementerio, aunque en aquellos días, ambas eran una misma cosa.
– Se rumorea que la chica está embarazada. ¿Te lo contó?
Una gota de sudor tan frío como el hielo que tintineaba en los vasos de bourbon se me escapó frente abajo cuando asentí con la cabeza.
– ¿Qué tienes en contra de O’Donnell? Y te aconsejo que no me lo niegues, algo me han contado.
– Mató a mi padre – dije.
– Eso fue lo que me contaron. Te vistes por los pies. Pero hay algo que no entiendo. Desde que O’Donnell mata a tu padre hasta que decides follarte a su mujer como vendetta pasan tres años. Tú eras un niño entonces ¿Cómo decides vengarte de esa forma? Me gustaría oír esa historia.
– Bueno, Patrone…esto…emm…en realidad, fue una casualidad. Ella se puso a tiro.
– ¿Se puso a tiro? Jajajaja…una sonora carcajada de todos los presentes se escapó hasta confundirse con la pieza que tocaba la orquesta.
– Eres un inconsciente pero tienes huevos. ¿Quieres trabajar para mí? – Si, dije sin pensármelo dos veces.
– Monique – dijo levantando la mano a una rubia platino que se sentaba cerca.
La chica se acercó a Beppe Bartali y éste, le dijo algo al oído. Al poco tiempo, mientras me servían un bourbon con hielo, la rubia platino se acercó a Beppe Bartali con un saquito de terciopelo negro. El Patrone lo desenvolvió dejando al descubierto un revolver.
– Toma, es para ti, desde hoy eres de la familia. Ya te enseñaremos lo que queremos de ti, de momento disfruta de Monique, también es para ti.
Así fue como obtuve mi primera Smith & Wesson del calibre 45, pero la utilizaría más adelante, esa noche, era para Monique.