Un amanecer en primavera

 

Tardé un segundo en darme cuenta de que me había despertado. En un minuto, eso fue lo que tardé en darme cuenta de que abril siempre llega y con él los campos florecen. La claridad del sol daba luz al alba de aquel nuevo amanecer en primavera. Después, recordé que había estado en la ruina, me había ido muy mal, pero, no dudé en recordar que el tiempo pasa, que no espera. Y con el tiempo, todo se olvida. Miré hacia la ventana de mi habitación. Oí cantar a un pájaro que se había posado en el alfeizar. Atenta a su piar intente descifrar su canto. Me pareció alegre. Pensé que se sentía feliz comunicándose con otros pájaros que pronto volaron hacia él. Juntos levantaron el vuelo. Se alejaron posándose en las ramas del árbol donde habitan. Me levanté de un salto. Corrí a la cocina. En la mesa quedaba un pequeño trozo de pan duro. En un plato, de esos que traen las tazas para el café, puse unas gotas de agua y deshice las migas de pan. Volví a la ventana. La abrí y posé el plato en el filo del alfeizar para ofrecerles la comida. Volví a cerrar el cristal. El primero en llegar fue el mismo que me había despertado. Le siguieron dos pájaros más. En sólo tres minutos se habían comido todo. Antes de marcharse de nuevo, irguieron triunfantes otro canto de satisfacción.