Eran las once en punto de la mañana. En Ettstraße 2, en pleno corazón de Munich, Kummer, el comisario de policía, se estaba poniendo al tanto de las noticias más destacadas del día. De repente, el agente Schneider irrumpió en su despacho.
—Jefe, han encontrado un cadáver en el Isar. —No podía ocultar su cara de fastidio. Era viernes y no quería que un nuevo caso le obligara a trabajar ese fin de semana.— De momento no tenemos más detalles. ¿Quiere que acudamos Farid y yo?
—Sí, a ver si pueden llegar antes que el forense, que si no nos enmierda el escenario y luego no hay manera de resolver los putos casos.
Schneider fue a buscar a Farid.
—Apúrate, que tenemos un caso por resolver —le dijo mientras le daba una sonora palmada en la espalda.
Farid, que en ese momento estaba calzándose una enorme weißwurst cien por cien halal, se metió todo lo que le quedaba en la boca y pasó el formidable bocado con un buen lingotazo de apfelsaftschorle, su bebida favorita. Después siguió a su compañero.
Les costó un poco dar con el emplazamiento. Las indicaciones recibidas fueron más bien pobres. Tras equivocarse un par de veces, a la tercera intentona, llegaron por fin al escenario.
—¡¡¡Mierda!!! ¡No puede ser! El cabronazo del forense nos ha ganado la mano. Todo por tu culpa Farid, tío, que llevas en esta ciudad toda la vida y aún no sabes moverte por ella. La próxima vez déjame conducir a mí.
—Lo que tú digas —le respondió flemático.
Nada de lo que hiciera o dijera el cascarrabias de Schneider lo sacaba de sus casillas. Farid, a veces más que turco, parecía de Vulcano.
Los agentes bajaron a toda prisa del coche patrulla porque ya estaban metiendo el cadáver en el furgón. Tuvieron que dar una pequeña carrera para alcanzar al forense antes de que se fuera dejándolos con tres palmos de narices.
—¡Doctor Neumann! Espere, doctor. Díganos algo antes de marcharse —le suplicó Schneider interponiéndose en su camino para evitar que subiera al vehículo.
—¡Menos mal que esta vez no han llegado a tiempo de tocarme las narices! He de confesarles que sin su presencia he podido trabajar la mar de tranquilo.
Neumann era un tío con un humor peculiar, pero también se tomaba muy en serio su trabajo y enseguida pasó a informarles de todo lo que sabía.
—Mujer, de veinticinco a treinta años. Lleva fallecida entre doce y veinticuatro horas. Aparentemente ahogada. Presenta un desgarro en labio superior, pero es una lesión poco importante, aunque diría que ante mortem.
—¿Y cómo lo sabe? —Schneider siempre tenía que cuestionarlo todo.
—Porque la sangre ya empezaba a coagularse. ¡Cuando quiera le dejo hacer mi trabajo! ¡A ver cómo se las apaña!
No había cosa que más irritara al galeno que un policía queriendo saber de cadáveres más que él. Además, decir que Schneider le caía gordo era quedarse corto.
—Bueno, prosigamos —dijo el doctor—. Tiene alguna que otra magulladura, quizás por el arrastre de la corriente…
—¿Y no nos puede decir algo más interesante, doctor? —le interrumpió algo decepcionado Schneider porque lo datos estaban resultando poco relevantes para la investigación.
—Pues a eso iba. Que se trata de mi primera muerta con niqab.
—¡Oh…! ¿Entonces, era musulmana? —Farid no podía ocultar su sorpresa.— ¡Se ha dejado para el final lo más interesante! ¿Sabe quién es?
—Cuando coteje las huellas. Y, amigo mío… a estas alturas ya debería saber que llevar un niqab y ser musulmana no es exactamente lo mismo, aunque sea lo más probable. Tras la autopsia sabré más detalles. Les remitiré esta misma tarde el informe completo.
—Si no le importa, preferimos pasarnos nosotros —insistió Schneider.
—Como quieran. Estoy de guardia todo el fin de semana. Así que, allí estaré. Vengan a partir de las seis de la tarde. Espero tenerlo todo para esa hora. A excepción de las pruebas de ADN y el informe de tóxicos que, como saben, tardarán todavía unos días.
(Continuará…)

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