Sin brío y con desgana, observando impasible esos mismos ojos cada mañana, los suyos. El reflejo del espejo no era su mejor aliado, en el encontraba una nueva arruga, una nueva imperfección en lo que en su día fue una piel nívea y luminosa, sus ojos perdieron su brillo espectacular y dejaron de sonreír, el hastío era perceptible a cada paso que daba, todo en ella era mecánico, levantar, recoger, desayuno y a trabajar. Ya no sentía vibrar su alma y había perdido el interés y la pasión por demasiadas cosas. La soledad no era buena compañía, con los años se acabó aislando y cada vez dejaba más de lado sus quehaceres sociales para cambiarlos por el pijama y hartarse a chocolate.
Así sumida en esa vida, pasan días, meses y estaciones.
No es que fuera una mujer introvertida, al contrario, años atrás disfrutaba de una vida afanosa, entre amistades, familia e incluso algún escarceo amoroso. Pero de unos años para esta parte todo le resultaba tedioso, la desgana, la depresión eran el pan de cada día en su gris y solitaria vida.
Y como había llegado a esa insatisfacción, ni ella misma lo sabía, se hacía esa pregunta cada día, por las noches cogía su libreta y escribía sus pensamientos o versaba frases que subía a un perfil falso de facebook, esos pequeños momentos en su página escribiendo sus sentimientos le hacían feliz y a veces escapaba una leve sonrisa que se dibujaba en su cara con añoranza.
Esa noche no sería distinta, de jugar con frases, crear en su mente algún que otro verso y palabrería incoherente como ella a veces le llamaba a sus escritos
Encendió el ordenador y se adentró en el frío mundo virtual, vio abrirse la ventanita del chat, ella nunca hablaba con nadie y nunca nadie se había comunicado con ella. Intrigada contestó. Al escueto, hola.
— ¿Hola?
— ¡Hola!, pensé que no me responderías.
—Bueno, no soy de hablar por aquí.
—Pues me alegro que me hayas contestado. Me llamo Gabriel. Encantado.
Debatía entre seguir hablando o no con él, miles de historias se escuchar de acosadores detrás de la pantalla, pero su soledad le hizo seguir hablando, descubriendo gustos y compartiendo aficiones entre ella la escritura. Era un poeta escondido como ella, y como le dijo fue la fuerza de sus escritos lo que animó a escribir el privado.
Así esa extraña relación entre dos puntos del país fue surgiendo y cuando podían se hablaban, ella empezó a recuperar parte de esa alegría por la vida, de esas ganas perdidas, quizá las palabras de aliento de él tenían parte de culpa y una amistad consentida que fue creciendo con el tiempo, aun si conocerse en persona su química era indudable e inevitable, poco a poco su amistad creció y las mutuas ganas de conocerse, esa fue para ella el ancla que salvo su marchita existencia, la que le hizo despertar de nuevo, y quizá un “volver a empezar” Un camino de ilusión y de fuerzas renovadas. En esta vida cualquier pequeña situación puede generar una alegría inesperada, aferrarse a ellas es parte de ese día a día y la diferencia de ver la felicidad en las pequeñas cosas que nos rodean o sumergirse en la tenebrosidad de nuestra propia inconsciencia.

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