Y no es que ya no supiera llorar,
pero ya sabía lo que cada lágrima dolía,
y no es que ya no quisiera hacerlo,
es que ya sabía que lo que se lloraba
jamás volvía a ser igual .
Y aún recordaba el escozor de su sal
en cada grieta de su alma,
y el plomo pegado a su sombra,
el polvo de cada emoción
que su mirada cegaba.
Y no recordaba su última lágrima,
tantas y tantas resbalaron
sobre la piel de sus mejillas,
no hallaron ríos ni mares
sólo un cuenco vacío.
Y ese aire que las secaba
siempre para levar anclas,
con pinturas de horizonte
y sombras de madrugada
calladas barras de cristal sembradas,
risas embriagadas y miradas pérdidas.
Y las mañanas de pasos huecos,
gatos negros y pianos escondidos,
al final de una calle que vive y que muere,
ves llegando la puerta
y la llave triste anda en el bolsillo.
Y el buzón solitario, herido de soledad,
espera la caricia del cartero
con un sobre de blanco papel,
pero bien sabe aquella su última lágrima,
que ya no queda tinta ni pluma, ni poeta siquiera,
sólo una cama vacía que lame a oscuras del sol…
Fran Rubio Varela.©. Junio 2018.