Y fue que comencé a caminar y sin pretenderlo me interné en un bosque.

Los dedos del sol  se filtraban entre los árboles, dando al lugar un halo de misterio y fantasía. Hasta mí, llegaba el sonido burbujeante del agua discurriendo entre las piedras;  el trinar silencioso de las aves al momento del descanso; el torrente cantarino de una cascada lejana….

Se respiraba paz y sosiego…

Seguí el susurro del agua hasta llegar a un claro del bosque. Hilos de plata caían en un pequeño lago que reflejaba el verde azulado del cielo. Las gotas, al salpicar dibujaban un arco iris de luz. Me senté sobre el césped de la orilla para contemplar el espectáculo, cuando sentí que algo pasaba junto a mí sin apenas rozarme. Vislumbré apenas, unas alas de mariposa deslizándose en la brisa y posándose sobre un arbusto… La miré detenidamente y descubrí que no  era una mariposa… su cuerpo parecía el de una niña pequeña y brillante con alas transparentes pegadas a su espalda…

—¿Un hada…? ¡No puede ser…. pensé aturdida…. las hadas no existen!

Me levanté con cuidado para no asustarla y  escuché una voz muy dulce que decía:

—Será en otros bosques pero, este es mágico y aquí existe todo lo que tu quieras crear: hadas, duendes, genios, gnomos…

Y entonces pregunté

—¿ Podré caminar por tu bosque, hada..?— Me dijeron que hay que pedir permiso para entrar a los lugares  especiales, ya que siempre tienen un ser al que pertenecen

—No necesitas mi permiso—dijo— Puedes venir aquí cuando quieras.

El claxon de un coche me devolvió a la realidad. Había estado pensando en el cuento que leí a mi nieta por la noche, donde las hadas, los duendes y los gnomos eran protagonistas en un lugar muy parecido a éste. La imaginación crea cosas que la razón no entiende …

Mi paseo cotidiano por la ciudad se había transformado en un viaje de fantasía donde los edificios eran  árboles frondosos bañados por el sol y las fuentes cataratas de brillantes arco iris.