Le venía siguiendo el rastro desde el domingo, al parecer había llegado la hora de actuar. La joven se metió en un antro de moda. En cuanto entró miss Marple, la llamaban así por su adicción a leer novelas de Agatha Christie, la siguió hasta los baños, ya esperaba que se metiera en allí. Desde que la había empezado a seguir le iba haciendo fotos discretamente, necesitaba pruebas para llevárselas a su papaíto.

Su asistente le había dicho al recién nombrado presidente de la cámara de comercio que su hija, su santa hija, sólo de puertas para dentro, se había metido en algo feo, que estaba en disposición de asegurarle que trapicheaba en el instituto con polvitos blancos. Y allí estaba ella, detrás de una jovencita malcriada e inexperta que se cree grande y que piensa que se puede codear incluso con el mismísimo Pablo Escobar.

El presidente de la cámara, a partir de ahora como en todo contrato que se precie lo llamaremos: su cliente, por aquello de no repetir siempre lo mismo, la había contratado con ciertas reservas: era mujer; era relativamente joven y la apodaban con nombre de vieja gloria literaria, no creía que fuese una buena detective, pero se la habían recomendado y, sobre todo, le habían dicho que era como un cura, la información de los clientes eran secreto de confesión.

Miss Marple intentó entrar al baño tras la joven, pero un armario ropero de dos por dos se le atravesó en la puerta. ¡Otro que se creía el guardaespaldas de Pablo Escobar! Definitivamente la juventud veía demasiadas series.

—Déjame pasar, necesito ir al baño —le dijo al aprendiz de portero haciendo muecas y cruzando las piernas como si se le fuera a escapar el pis.

—Lo siento, no se puede entrar —la miró haciéndola sentir casi un carcamal.

El chulo piscinas cruzó los brazos sobre su abdomen abriéndose de piernas y bloqueando la puerta mientras su amiguita hacía sus trapicheos, de los que, claro estaba, él se llevaría un buen porcentaje. Hubiera podido reducirlo en unos segundos, pero se contuvo, no le convenía llamar la atención, mejor dejar que creyera que era una pobre mujer madura y desubicada en una discoteca de jovencitos niños de papá. De nada habían servido los pantalones y la chupa de cuero, ni la Yamaha MT -07 que había aparcado con sumo cariño en la entrada del tugurio, “niñatos consentidos, en cuanto una pasa de los treinta ya le ponen la etiqueta de tercera edad”.

Seguía el duelo particular con el joven aprendiz de narco cuando dentro de los lavabos se escuchó un disparo. Miss Marple dejó de lado las contemplaciones y con una llave magistral desarticuló al joven dejándolo hecho un guiñapo en el suelo sin apenas haberse enterado de lo que estaba pasando. Nunca subestimes a tu adversario por insignificante que te parezca, le dijo apartándole una pierna que le estorbaba para entrar al baño mientras se congregaba una nube de jóvenes uniformados intentando ayudar al Pablito Escobar de turno. Sacó su Glock de la cintura del pantalón, abrió la puerta de una patada y sujetando la pistola con las dos manos entró sin esperar lo que allí se iba a encontrar.

Hacer negocios en los baños está sobrestimado, son estrechos, húmedos y apestosos. Lía, la hija del presidente de la cámara se creía con impunidad por ser quien era. Papá con buen criterio no le daba todo lo que la jovencita caprichosa le pedía así que decidió conseguirlo por su cuenta. Había quedado con un traficante de armas para comprarle una pistola pequeñita y cuca para con ella poder amedrentar a sus compañeras de instituto y así extorsionarlas, ya que el negocio flojeaba. El angelito quiso probar la mercancía.

Al traficante no le dio tiempo a advertirle que no tenía el seguro puesto. El tiro fue directamente al corazón.