El Sauce la observaba desde la ventana, mientras el aire le susurraba al viejo árbol que no podía dejar de mirar a la niña que sentada en su cama, despertó por primera vez sin su beso. Aquel que olía a pan tostado, caramelo de fresas y jazmines. Se sentó en la postura de indio, mientras sus pequeños ojos se colgaron de la muñeca de trapo con vestidito rayado, que la miraba desde el estante con las piernas colgadas. Sin embargo su mirada se encontraba en las dulces caricias, aquellas que fueron creadas para ella.Un pajarito había golpeado el cristal, donde se encontraba el Sauce, la niña recogió su mirada y buscó el sonido suave de la golondrina perdida. Sostenía entre sus manos el cuento que la noche anterior su madre le había leído. Un señalador de cartón, asomaba su cara desde la pagina en donde los personajes se habían detenidos, eran siete y también estaban sentados en sus pequeñas camitas, no sabían que ahí quedarían congelados para siempre.

Algunas voces provenían del piso de abajo, había gente en su casa pero ella no se había atrevido a salir al presente,prefería quedarse en el pasado de la luna anterior. Sus mejillas rosadas estaban frías, y sostenían los restos de arena que habían dejado las primeras olas. Tenia miedo, sabia que en cualquier momento la vendrían a buscar, para decirle lo que ella no quería escuchar. Los escalones comenzaron a crujir, las primeras huellas se iban aproximando. soltó el cuento y se tapó los oídos, pero por mucho que quisiera esconderse, la ausencia le seguiría el resto de su vida. El picaporte giró suavemente, la imagen de su padre se dibujó pero esta vez no tenia sonrisa, tan solo dos lineas que caían, formaban sus labios. Él se acerco despacio a su cama, el Sauce dejó de acunar sus ramas, el viento contuvo la respiración y la golondrina se acobijo en un extremo de la ventana. Su padre dulcemente separó sus delicadas manitas de sus oídos y secó la lagrima que decidió suicidarse arrojándose al precipicio, ni siquiera rodó por las mejillas de la pequeña. En ese momento la niña recordó la última imagen de su madre, la voz pausada con la que leía el cuento. Esa noche no vino a su habitación, fue ella quien le llevó el cuento hasta la cama en donde su madre descansaba, hacia meses que piernas se había negado a cargar con el ligero peso de su cuerpo. La niña se había acurrucado debajo de uno de sus brazos, mientras ella leía, cuando la fatiga la obligó a cerrar el cuento entonces habló con su hija, quien la miraba desde el rincón perfecto, que había encontrado debajo de su brazo, junto a los débiles latidos de su corazón,

-¿Recuerdas cuando te conté, que todos tenemos un camino que tiene un final?.-suspiró suavemente la mujer

Ella asintió con la cabeza sin separarla apenas, de esos latidos a los que se aferraba.

-María, falta menos para que mi camino llegué a su final, y cuando eso ocurra deberás ser valiente para recorrer tu propio camino.

-¿Sola?.-sollozó la niña.

Su madre dejó caer una lágrima, y tomó aire antes de continuar.

-Mientras me recuerdes estaré a tu lado, ahí donde me quieras encontrar.

 

La niña dejó partir por fin todas aquellas olas, que volvían al mar. Su padre la abrazó y acarició  su rizado cabello. Durante algunos minutos se abrazaron al silencio, solo el débil llanto movía el universo, que se había detenido por respeto. El cuento yacía a un costado de la cama, abierto en la ultima pagina.