MARÍA
Era la hora, las ocho y media de la mañana y María, como cada día preparaba el desayuno, puso la mesa y subió a despertar a su princesa, una niña rubia con ojos azules que Dios le había mandado hacía ya seis años.
-Venga amor despierta que se hace tarde…
Mientras su hija se desperezaba, ella salió de la habitación para entrar en la suya.
Allí estaba Pedro su marido, la había escuchado llegar e intentaba bajar de la cama solo… – Cariño, sabes que tú solo no puedes, déjame que te ayude…
El gran esfuerzo que tenía que hacer cada día la dejaban desvalida pero no podía dejar que su marido se sintiese mal, así que muy sonriente, le rodeó con sus brazos y lo sentó en la silla de ruedas.
Fue a dar una ojeada a la niña y viendo que se estaba vistiendo, fue a darse una ducha lo primero que siempre hacía al llegar de su trabajo, el que tuvo que comenzar a hacer cuando Pedro sufrió el accidente que lo dejo paralitico.
Entró en el baño y apenas le dio tiempo a cogerse de la mampara, aquel mareo que sintió era peor que días anteriores, como pudo se sentó en aquella banqueta y se desnudó, cuando se estabilizo entró en la ducha donde el agua ya corría tibia y con la cabeza mirando al suelo dejó que aquel chorro de agua la cubriese entera. Tomó su esponja de crin y se frotó sin ninguna medida, su piel enrojeció tanto que dejó de hacer aquella brusca acción o no habría duda de que llegaría a sangran.
Envuelta en su albornoz y con la toalla en la cabeza bajó a la cocina, su marido y su hija la esperaban para desayunar, su familia manipulaba los alimentos que en cantidad ella había puesto en la mesa, les observaba feliz y orgullosa de que a sus anchas pudiesen tener todo lo que les apeteciera.
Pronto se quedaría sola, la niña al colegio y a Pedro vendrían a buscarlo para ir a su rehabilitación, ahora es cuando todos pensamos que podrá descansar de su trabajo nocturno verdad? Pues no es así María tiene entonces que hacer las tareas de la casa para cuando llegue la hora de volver de nuevo al trabajo.

Era la hora las diez y media de la noche, y María besaba a su hija en la frente, la arropaba y salía de allí para ir a su habitación, de nuevo rodeaba a su marido con sus brazos y con otra esplendida sonrisa lo dejaba sobre la cama… – Descansa mi amor, hasta mañana…
Entró al baño y se vistió, mirándose al espejo, coloreó sus labios con un rojo carmesí…
Bajó las escaleras y subió al taxi que la estaba esperando, desde hacia siete años, María trabajaba en un prostíbulo, desde que Pedro dejo de trabajar y la corta pensión no le permitía dar de comer a los suyos, ella se propuso que no le importaría trabajar de noche y de día para que su familia tuviese aquello que necesitase.
Entro en aquella sala medio iluminada, su trabajo era tan digno como el de cualquiera pero ella sentía pánico, tenia que acostar su cuerpo desnudo y esperar que los clientes introdujesen sus manos por aquellos orificios expresamente para aquel fin y que aquellas manos la tocasen durante una hora, una larga hora que sin verla físicamente solo con el tacto los que pagaban tenían sus fantasías, cuantas más sesiones hiciese más dinero llevaría a la mañana siguiente a casa, por eso en su ducha diaria María quería limpiar su cuerpo del manoseo que cada noche las manos le daban para poder alimentar a su familia.
©Adelina GN

 

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