–¡Ya estoy harta! Dentro de cada armario, de cada cajón, encuentro a mi vecina. ¡No puedo más!
En algún sitio he leído: “si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él”. Así que voy a prepararme la merienda, y si vuelve a aparecer,
la invito.
Abro el cajón del pan y… ¡Ahí está!
-¡Hola querida vecina! ¿Puedes salir del cajón y ayudarme a preparar la merienda para las dos?
La vecina no se hizo rogar, al instante estaba a mi lado.
Voy a coger fiambres de la nevera, y… ¡Allí estaba la vecina, repetida, pero tiritando de frío!
-¡No te quedes ahí! ¡Ven a merendar con nosotras!
De este modo me dedico a abrir todos los cajones y armarios, la casa se me llena de mi “querida” vecina.
¡Realmente delirante!
¿Serán de carne y hueso? Me pregunto.
Me dedico a tocarlas tímidamente. ¡Pues sí, son como yo! Todas me miran con cara de sorpresa, pero a ellas no les sorprende para nada
verse, la verdad es que se ignoran, como si no se vieran, ni se miran…, ni se hablan…
Decido seguir adelante con la merienda, dando órdenes a tanta mujer igual junta:
-¡Nos vamos a sentar en círculo en el salón y nos iremos pasando las cajas de galletas y de cada taza de té
beberemos tres!
Todas asintieron con la cabeza.
En ese momento, se oye el timbre de la puerta, voy a abrir y…
¿Adivinan quien viene a visitarme? ¡Mi vecina!
Paquita Mejías 4-4-2022