¿Qué harías si pudieras ser cualquier cosa? ¿Ir a cualquier lugar con tan solo desearlo? ¿Lo harías? ¿Serías capaz de escapar? ¿Y qué si cada vez que lo hicieras, eso tuviera un precio?
Eso es lo que aquel brujo me propuso en ese callejón al salir del bar, la noche que mi vida llegaba a un punto ciego.
Le dije que sí sin dudar, ¡que más daba! le di mi alma, la vendí en un pestañear.

A la mañana siguiente cuando desperté y estiré mi brazo, un cuerpo cálido se estremeció a su tacto, ¿tanto habría tomado que no recordaba con quién me había ido a dormir? Una hermosa pelirroja de ojos almendrados me miraba con satisfecha sonrisa, alcé una ceja y la observé mejor, cubría su cuerpo desnudo con unas mantas azules, su mirada seguía la mía.
—Ya no tienes que trabajar —me dijo ella.
—¿Qué?
—Que no tienes que trabajar, nadie te conoce, nadie sabe quien eres, no existes —dijo mientras se levantaba y se cubría con una bata.
—¿Por qué dices eso? ¿Quién eres?
—Es el costo.
—¿El costo de qué?
—De obtener todo lo que siempre deseaste, tu maravillosa vida siendo billonaria, tu mansión con sirvientes, tus paradisíacas vacaciones, tu celular último modelo…
A medida que la mujer decía esas palabras mis deseos se intensificaban y materializaban; justo frente a mis ojos, la sucia y ruin habitación de apartamento húmedo y frío, se convertía en una extensa suite con una gran cama de dosel y mobiliario minimalista finísimo, de oro y plata; además de un baño adjunto con una tina de espuma, el aroma ahora era exquisito.
Los empleados me traían el desayuno recién preparado y se despedían sin hablar, ¡perfecto!
En los armarios, también de gran tamaño, más bien eran vestidores, las mejores ropas y zapatos que pudiera pedir. ¡Todo lo que me hacía feliz estaba ahí!
Todo, excepto…
—El precio a pagar, él te lo dijo —me advirtió ella.
—Lo acepté, le dije que sí. ¿Cuál es?, dime.
—El precio es que nadie, jamás, te va a conocer; no vas a saber cómo se siente ser amada, cómo se siente que te digan “te extraño”, “estaba preocupado por ti”, “¿a qué hora regresas?”, “te amo”. “Cómo estuvo tu día?” No tendrás nada de eso.
El aire abandonó mis pulmones y entrecerré mis ojos. ¡No podía ser cierto! ¡Tenía que estar soñando! ¡Algún alucinógeno que me pusieron en el vaso del bar! El bar, el viejo brujo, su propuesta incoherente. ¿Qué es lo que me había dicho? “Todo lo que siempre quisiste, a cambio de tu alma y corazón” “Sí, acepto” le respondí. ¿Tan infeliz y desencantada con todo estaba, que acepté esa peligrosa treta? Podrá parecer infantil creer en eso, pero con ese tipo de cosas no se juega.
—Entonces ¿tú quién eres? —le pregunté a la mujer.
—¿No lo has notado? —respondió frunciendo el ceño y quitándose la bata para deslizar un pie dentro de la tina burbujeante.
—Soy tú, soy tu alma —dijo sumergida hasta el cuello, riendo sonoramente.