Berg se enfadó mucho cuando vio que Cris no lo esperaba en el lugar donde la había dejado. Su hermana no aprendía y siempre acababa metiendo la pata. La culpa era de sus padres, que la mimaban demasiado por ser la pequeña de la casa. Incluso antes de romper el huevo, ya le hacían mucho más caso que a él. Todavía se acordaba de cómo le daban la vuelta regularmente seis veces al día para que se desarrollara de manera perfecta, sin asimetrías. Siempre se preguntaba si con él habrían tenido el mismo cuidado. A veces pensaba que en algo se debían haber equivocado sus padres al incubar su huevo y que por eso había salido tan rarito. Se sentía incomprendido… Y encima, aunque siempre fuera su hermana la que la liara parda, era él quien terminaba llevándose la bronca. Eso de que por ser el mayor tuviera que ser responsable de todo era un rollo patatero. ¡Es que no había derecho! Si por él fuera, la dejaría sola en el bosque a ver si se espabilaba de una vez. Pero era realista: tenía que encontrarla antes de volver a casa. Si regresaba sin ella sus padres nunca se lo perdonarían.

—Cris. Cris. ¿Dónde te has metido?

No se atrevía a levantar la voz: alguien más podía estar en el bosque. La oscuridad de la noche jugaba a su favor, pero no podía saber si había alguien acechando.

—¡Uh, uh! ¡Uh, uh! —ululó un pacífico buhono.

El agudo sonido del ave lo sobresaltó, aunque en cuanto fue capaz de reconocerlo se calmó y continuó a su bola.

—Hermanita, no te escondas que ya he vuelto a por ti —cuchicheaba desesperado por encontrarla cuanto antes—. Contesta si me oyes. ¡Venga! Que sé que estás ahí… ¡No seas tan borde! ¡Seguro que estás escondida y muerta de la risa viendo lo preocupado que estoy! ¡Cuándo te pille, verás…! ¡Que ya me estás casando con tus tonterías!

Sin darse cuenta, al seguir su rastro, estaba deshaciendo el camino recorrido y acercándose de nuevo a la nave. De pronto unas voces llamaron su atención. Se le cayó el alma a los pies cuando vio a Cris con Tontinus y Holt junto a la nave.

—¡Teléééfono! ¡Mi caaasa! —la chiquilla volvía a gimotear como una magdalena.

—No te pgreocupes, nenita. Estagás de vuelta antes de lo que te imaginas. Pego dime: ¿Quién te ha tgraído aquí?

—Ya le dicho que no hay manera de hacerle hablar.

—¡Cállese, que no hablo con usted! —dijo Tontinus mientras se pasaba la zarpa por el carrillo abofeteado.

La paciencia no era una de las virtudes del inspector y parecía que el destino había decidido ponerle a prueba con los acontecimientos de aquella noche. Nada estaba saliendo como él esperaba. Justo en aquel momento vio a lo lejos un transporter que se acercaba y sintió un poco de alivio. Por lo menos todavía quedaba alguien capaz de cumplir sus órdenes al pie de la letra.

—¡Migue eso, Holt! Ahí llega la patgrulla que pidió.

Pero en contra de lo esperado, lo que llegó fue un transporter militar. Aparcó allí mismo y de él descendieron al instante dos oficiales del ejército belenusino. Sabido era que su atuendo característico consistía en unos pantalones elásticos de color fucsia fosforito y una casaca de satén naranja, lo que hacía que se les distinguiera enseguida incluso en plena noche. Más que un uniforme militar, aquello parecía una venganza.

El oficial de mayor rango se dirigió directamente a Tontinus:

—Coronel Rody Quartich —Se colocó la mano abierta sobre el hocico para saludar al modo castrense—. Me acompaña el capitán Meir Farrus. —Al oír su nombre, hizo lo propio—. He sido designado por la Alta Comandancia de Althea para tomar el mando de esta misión. A partir de este momento nosotros nos haremos cargo del OVNI.

—¿Cómo? ¿Qué quiegue decig con eso? —dijo incrédulo Tontinus, que después de todo lo que llevaba pasado en la última belenihora no se esperaba un nuevo revés.

El estupor se le reflejaba en el rostro. Había movido hilos para que aquello no trascendiera a otras instancias, pero era evidente que alguien se había ido de la lengua. Ya ajustaría él cuentas cuando diese con el responsable…

—Lo que ha oído inspector… ¡Qué Lowell, el guerrero protector del ejército de Belenus, le asista! ¿Pero qué le ha ocurrido en la jeta? ¿Parece que haya tenido que vérselas con un poderoso enemigo? ¿Y ese desastre de uniforme? ¡He visto tropas más presentables que usted después de las más exigentes maniobras…! Con sinceridad, espero que dejara a su oponente mucho peor de lo que está usted.

Holt miró al suelo con disimulo al oír las palabras del coronel, ya que también era responsable, al menos en parte, de la facha que traía el inspector.

—¡Pgróculo Tontinus! ¡A su segvicio! No se pgreocupe, que esto no es nada cogonel, un pequeño tgropezón sin importancia —dijo servil, tratando de disimular el cabreo.

—En cambio usted… usted… está radiante, bellísima, si me lo permite —dijo mirando a la reptiliana directamente a los ojos totalmente cautivado por su hermosura.

—Subinspectora Greena Holt, a sus órdenes, coronel Quartich.

—Greena. Greena —repitió como si fuera música para sus oídos—. ¡Qué nombre tan bonito! Nada de coronel Quartich, usted llámeme Rody a secas.

El inspector Tontinus no pudo evitar ponerse verde de furia al ver al coronel tontear de esa manera con Holt, mientras que a ella también se le subía el verde. Encontraba que el coronel era un reptiliano muy fornido y apuesto, con un tren superior envidiable y unos cuartos traseros la mar de atléticos. Además, había pronunciado su nombre de una manera tan seductora y tenía unos modales tan exquisitos, que al idiota de Tontinus ya se le podía pegar algo de aquello. Estaba casi comprometida, de lo contrario pensaría muy seriamente en coquetear con aquel reptiliano.

Quartich, ya con un tono mucho más formal se dirigió de nuevo a Tontinus:

—Váyanse usted y la subinspectora. Llévense también a la niña. Aquí ya no pintan nada. Deben despejar la zona para que podamos operar. Es una orden.

A Tontinus no le quedó más remedio que obedecer a una autoridad superior, aunque por dentro le hirviera la sangre y estuviera a punto de explotar. Holt, que llevaba de la mano a Cris, y Tontinus se dirigieron a pie hasta donde habían dejado aparcado el transporter patrulla. Pero el inspector no estaba dispuesto a darse por vencido así como así. Pelearía con garras y dientes con tal de recuperar un caso que creía suyo por derecho propio. A esas alturas ya estaba maquinando un plan.

Mientras tanto, Berg, que había contemplado toda la escena oculto tras la maleza, se dio cuenta de que estaba metido en un buen lío. Ahora que sabía que a su hermana estaba con el pesado de Tontinus tenía que pensar en algún plan para arrebatársela. Pero de momento no se le ocurría nada. Por suerte, el lugar donde se encontraba estaba muy resguardado por la vegetación y constituía un escondite perfecto para descansar un poco y aclararse las ideas. Se sacó la mochila de la espalda y la dejó caer a sus pies. Luego se sentó en el suelo y se recostó sobre una roca. Tanto ir y venir le estaba pasando factura y ya estaba muy cansado. Nunca había invertido tanto tiempo en una de sus aventuras. Por lo general, antes de la medianoche belenusina ya solía estar de vuelta. Pero desde el primer momento había intuido que esta ocasión sería especial. Y no le estaba defraudando en absoluto…

Cerró los ojos para concentrarse y sin querer se quedó dormido, pero al cabo de unos instantes se levantó de un brinco, sobresaltado al notar que algo suave y peludo le rozaba las patas.

—¡Por el Reptiliano Mayor! ¿Pero qué es esto?

—¡Miauuuuu! ¡Miauuuuu! —Jonás se fue directo a olisquear la mochila.

Berg se relajó al comprobar que el felino estaba mucho más interesado en su cena que en él.

—¿Sabes que eres un animal muy raro? ¡Nunca había visto ninguno igual! —Se dio cuenta de que era totalmente inofensivo. Además, lo encontró muy gracioso—. ¡Mírate, si pareces una bolita de belenoalgodón con ojos! ¿De dónde habrás salido? —Entonces ató cabos—. ¡Ah, creo que ya lo sé! ¿A que tú también has llegado en esa nave? Parece que tienes hambre…

—¡Miau! ¡Miauuuuu!

El gato volvió a restregarse por las patas de Berg, que no pudo resistirse a acariciarlo con cuidado de no hacerle daño con las garras. Jonás se dejó querer. Hacía un par de días que andaba perdido y no le venía nada mal que alguien le prodigase unos cuantos mimos. El minino se lo agradeció con un dulce ronroneo. Y allí, en medio de aquel bosque de abedulanos, bajo la clara y redonda luna de Belenus, a quien todos conocían como Sámsara, acababa de nacer una bonita amistad intergaláctica entre un gato terrícola y un reptiliano belenusino. Berg selló de manera oficial el vínculo amistoso con Jonás ofreciéndole su cena al hambriento animal. Después de todo, había sido una buena idea llevarla.

En eso, el niño oyó crujir unas ramas y vio que alguien más se estaba acercando. Hablaba en un idioma extraño. Comprendió al instante que no podía ser otro que el extrabelenusino. El corazón se le aceleró de nuevo y corrió a esconderse en el tronco hueco de una gruesa encinaria. Le costó meterse porque la abertura era algo estrecha.  Se raspó un poco la piel, pero como la tenía recubierta de escamas coriáceas, apenas le dolió.

Una vez estuvo a salvo dentro del árbol, se dio cuenta de que su chip cerebral también le proporcionaba conocimientos de astrolingüística, aunque parecía que no estaba actualizado porque algunas palabras no las tenía registradas. Inmediatamente se descargó la nueva versión oprimiendo un botón disimulado bajo la piel de su sien izquierda, pero como la anchura del tronco era algo justa para su envergadura, tuvo que contorsionarse para lograrlo. Por suerte, estaba dotado de una gran flexibilidad y lo consiguió en unos instantes. Luego ya pudo traducir mentalmente todo lo que decía Ripli.

—¡Psssss, psssss, psssss! ¡Ven aquí, minino! ¡Vuelve con mami, Jonás! ¡No seas un gato malo! ¡Si tienes que estar muerto de hambre!

El gatito había estado perdido desde que saltó de la nave la noche del abelenizaje. Ripli dudaba de que hubiera podido procurarse algún alimento por su cuenta.

Berg entendió de manera intuitiva que Jonás tenía que ser el nombre de su reciente amiguito. Cris y él también solían poner nombre a sus mascotas, pero nunca habían tenido una tan graciosa como aquella.

—¡Oh! Ya veo que no has perdido tanto el tiempo como yo pensaba —dijo Ripli al darse cuenta de que estaba comiendo del táper—. ¿Y eso qué es? ¡Sí parecen objetos manufacturados! —Se acercó a la fiambrera y a la mochila para observar mejor los detalles.

Ese pequeño descubrimiento la hizo ponerse algo sentimental, ya que le recordó su infancia, cuando ella también llevaba una fiambrera con la comida metida en la mochila para ir a la escuela. Pero no se recreó durante mucho tiempo en la nostalgia. Enseguida retornó al momento actual. Se cabreó un montón al pensar que Icarus se había equivocado otra vez: estaba claro que sí había vida inteligente en aquel planeta. Ya estaba harta de tratar con un ordenador tan petardo. ¡Si sería anormal!

Berg estaba asombrado con la presencia de Ripli. Desde su escondite podía ver al alienígena sin que este lo viese a él, de manera que se dedicó a observar su aspecto sin perder detalle. Para empezar no tenía pelos ni escamas, es decir, que su piel era repugnantemente lisa. Le resultaba muy raro. Pese a su aspecto tan peculiar, ya le había perdido el miedo. Si le hablaba con tanto cariño a Jonás no podía ser un mal reptiliano. Aunque, ahora que lo pensaba: ¿no se había referido a sí mismo como mami? ¡Entonces debía de ser una reptiliana o lo que los Dioses Reptilianos entendiesen que fuera…!

Cuando Jonás se hubo saciado por completo fue directo hasta la encinaria donde estaba escondido Berg y comenzó a husmear en el agujero por donde él se había introducido.

—¡No! ¡No lo hagas, que me va a descubrir por tu culpa! —Haciendo caso omiso de las palabras de Berg, el gato se coló y de un brinco se le subió en brazos—. ¡Oh, por todos los demonios del inframundo reptiliano! ¡Ahora si que la has hecho buena, Jonás! —le recriminó entre dientes.

Ripli fue detrás del gato. Cuando vio que desaparecía por la oquedad metió la mano para atraparlo, pero como ni así alcanzaba, miró dentro del tronco. Entonces ella y Berg se encontraron por fin cara a cara.

—¡Aghgggggh! —el alarido de Ripli resonó con una fuerza inusitada en el corazón de la noche belenusina.

No muy lejos de allí, Tontinus y Holt, que seguían ocultos en el bosque, se preguntaron llenos de curiosidad y horror qué o quién habría sido el causante de aquel pavoroso aullido.

Ilustración original de Juanjo Ferrer para el libro editado por Desafíos Literarios