Somos cómplices
en robar corazones ajenos y hacer los nuestros. Como si nadie los echaría de menos,
cómo si a nadie le importaría,
cómo si arrancar un corazón
no supondría ningún dolor.
Como si no se necesitarían tiritas
para tapar ese hueco,
como si los sentimientos no se escaparían
por ese agujero,
ni el dolor se quedaría para hacerle duelo.
Somos cómplices en robar corazones
con la mirada,
abriendo pechos
y escarbando sin compasión…
… sin sentir.
Dejandonos llevar simplemente por el echo
de que alguien,
algun día,
se llevó el nuestro
y nos contagió su enfermizo deseo
de apuntar al corazón.