Se me borró la sonrisa cuando aún era una niña, entre osos de peluche y muñecas por vestir, entre cazuelas pequeñas dentro de una cocinita, entre bicis y patines, entre leotardos calados y lazos en las coletas.

Se me borró la sonrisa cuando perdí la inocencia, cuando a marchas forzadas me llegó la madurez. Se me borró trabajando en la escuela, en la casa y en algún que otro sitio donde no debía estar, se me curtieron las manos y mi tez se ensombreció.

Se me borró justo el día en que padre fue a la guerra, en un Oriente cercano que yo dentro de mi ignorancia no sabía ni siquiera situar. Nos lo quitaron de golpe, sin darnos alternativas, se lo llevaron al frente, en misión humanitaria, unas bonitas palabras que para mí tenían el mismo significado que si me hubieran dicho te lo vamos a matar.

Ya no tenía sonrisa cuando llegó la llamada que tanto habíamos temido los que quedamos en el hogar. Solo quedaron las lágrimas dispuestas a ser derramadas sobre el rostro de una niña a la que demasiado pronto le robaron la felicidad.
Tantos años he vivido con esta extraña mueca en la cara, que a veces finjo que es risa que ya llevo tatuada. Nadie ha podido cambiarla, se ha quedado para siempre, y se viste con más arrugas que las que muestra mi frente.

Algunas veces sueño que me devuelve el espejo una sonrisa tan limpia como la que solía tener. Y despierto cubierta de lágrimas que resbalan por la almohada, ni rastro de esa sonrisa que desearía tener. La conozco, solamente, por las antiguas fotografías de mi niñez, cuando no solo enmarcaba mi rostro sino que me aportaba una luz que hacía que hasta mis ojos brillasen. De mi mente, hace tiempo que se olvidó.

Se me borró la sonrisa y sueño, sueño con que llegue el día en que la vuelva a recuperar.