En esta sección voy a hablarte un poco de Brossa. Le vas a conocer tú para que yo pueda comprenderme mejor. Voy a colocar pieza por pieza lo que reconozco de él, y luego las partes que no sé dónde encajar, hasta completar mi rompecabezas. Me es imposible predecir si la imagen final quedará fea, o si será al menos la correcta. Lo que sí que está claro es que esto exige paciencia, y la paciencia se apoya siempre en el interés. No sé si tendré suficiente interés para ti, como para motivar tu paciencia. En todo caso, ya estoy decidido a llevar adelante este proceso de reconstrucción personal.
Lo primero es deciros quién soy, presentarme, y hablaros de mi nombre, que además es como una metáfora. Acudir a una metáfora implica que atribuimos un significado a algo, un poder para interpretar las cosas. Sin embargo las cosas quizás, casi seguro, carezcan de significado. La metáfora es una forma más de superstición.
Crear una metáfora es generar una creencia, generar algo contra la razón. Vivo enredado entre alegorías. Entre significados sin sentido. Enmarañado en hechicería retórica. Las metáforas están en todas partes. Revolotean como moscas. Acuden a mí en todo momento, manteniéndome lejos del suelo, con los pies en el aire, como un fantasma. Como un ahorcado. Me aportan una interpretación sentida del pasado y me pronostican un futuro que yo creo descubrir, pero que me separan del momento presente y me condicionan. Siento mi frente cargada de ideas. Saturada de conceptos, llena de lastres mentales que no tengo con quién compartir. He pensado que tú podrías sostener parte de mi peso. La verdad es que no me fallan las piernas. Soy joven aún, y más fuerte que algunos. Pero andaría más ligero y disfrutaría con tu compañía.
Enrique Brossa es mi verdadero nombre, ya que yo no me llamo así. Es decir, que es el nombre que he elegido yo, no el que figura en la partida de nacimiento. Por eso es más verdad que el verdadero. No hay contradicción.
La palabra catalana brossa es similar a la castellana broza. Cuando quise ocultarme tras un seudónimo, llegué a ponerme el apellido Brossa simplemente por no mentir. Es uno de los apellidos de mi padre y, por tanto, me pertenece. ¿Qué es lo que puede pasar cuando uno no quiere mentir? Sucede que lo consigue más allá de lo que había previsto, que acaba diciendo una verdad más sincera de lo que quería. Exactamente esto es lo que me ha pasado.
La palabra Brossa me define. Es mi metáfora supersticiosa favorita y me aporta un sentido o quizás resalte un sinsentido. Soy como la broza. La palabra basura, acaso provenga de la misma raíz, lo tengo que buscar, tiene una connotación putrefacta en español, una imagen de suciedad. Pero aunque muchas veces las metáforas me elijan a mí, yo también puedo elegirlas a ellas, y a mí me gusta más la acepción de desperdicio, que tiene otros matices y no tantas bacterias como la suciedad propiamente dicha.
Muchas personas llegan a un punto en su vida en que se plantean si han jugado bien sus cartas o no. Si han vivido la vida que les correspondía o la gestión de sus talentos y potencialidades ha sido un verdadero desperdicio. Brossa es broza, y broza es hojarasca. Mi cabeza está repleta de ella: de hojas secas que lo embrollan todo, que giran en remolinos en cuanto se levanta el aire. Generan ruido de crujidos al agitarse, como si mi cráneo fuera unas maracas, llenas de restos alimenticios, papeles y de trozos crepitantes de talentos desperdiciados. No de malicia, pero si de maleza, producida con la imaginación en complicidad con la desidia. Estas son las metáforas que mi apellido encierra.
Hasta aquí la parte de color gris oscuro. Pero si te fijas bien, encontrarás un degradé positivo al levantar la vista. El gris se hace más claro. Por encima de la niebla tiene que estar siempre el sol.
Ahora, por fin, siento la necesidad de madurar. Antes de alcanzar la edad de Matusalén, necesito parar de contemplar el valor estético narcisista de mi desdicha personal y de aportar algo positivo a los seres que me rodean, sobre todo a los que me quieren. Sígueme. Ven, por favor. Haremos muchas cosas juntos porque estoy viviendo una interesante aventura. La aventura de cambiar. ¿Quieres hacerlo conmigo?
Quiero por tanto desbrozar a Brossa. Limpiar mi terreno de arbustos y de malas hierbas para hacer un sitio donde plantar mi árbol y que pueda crecer bien. Quizás un roble, tal vez sea un olivo. Buscaré un lugar alto, alejado y tranquilo. Crecerá mucho y con un tronco bien ancho y sólido, por sumar más años a los años. Y espero que, algún día, quizás durante las tardes más suaves de junio, algunos hijos míos, mientras disfrutan leyendo algún libro y respirando la paz que perfuma la hierba, puedan apoyar sus espaldas en él.
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