Aquella noche sintió que era reina. En el corazón quedaban cosidas las heridas entre dos tiempos congelados y en sus ojos, las miradas habían adormecido. Hasta aquella misma tarde se guardaron en el lugar del tiempo y del espacio, en el que se guardan las pequeñas cosas para ser recordadas en el momento oportuno y volver a vivirlas como si acabasen de ocurrir. Recordó también como apagaron el fuego del placer sin volver la vista atrás, rompiendo el futuro de ambos.
Regresó caminando lentamente entre los susurros del viento. Marcando el ritmo con decisión. Recorriendo los caminos del parque por última vez aquella tarde, absorta en ella misma y en sus pensamientos. No prestando atención a otra cosa que no fuera ella misma. Y así envueltas las emociones, llegó a casa, recuperando los recuerdos sin saber muy bien lo que acababa de ocurrir. No le importaba en absoluto, más bien al contrario. Era la primera vez que no se había detenido y sólo se había dejado llevar por el momento y su corazón. Se alegró por ello. Entonces se dio cuenta. No sabía sí volvería a verle y, pensó sí sus besos serían buenos en sus labios tanto tiempo deseados. Sin embargo sentía una fuerte atracción que la llevaba a volver sobre sus pasos una y otra vez, vagando sin rumbo. Mientras llegaba a casa podía recordar. Sin palabras, sin tener que sentirse obligada a explicar nada, solo rendirse al momento, viviendo exactamente el instante. La resaca de un amor adormecido en un frío y largo invierno rescata, entre los recuerdos, sus nombres enterrados por el tiempo.
La memoria es perezosa y selectiva. Recoge una y otra vez aquella época enredada en los almacenes de aquello que quedó sin acabar y otra vez vuelve sobre los hechos, hasta hacerlos suyos. Deteniendo el tiempo para saber que fue de cada uno de ellos. De cada uno de sus besos. Para saber de cada paso dado. Para saber cada canción cantada y cada una de las palabras que dijeron en el mismo orden que se habían guardado.
Quedaron desde ese momento liberados por el tiempo. Perdida la razón, perdido el control, colgando las palabras entre los azules y los blancos de las estelas del mar.
Se preguntan cómo han podido llegar hasta aquí sin la presencia del otro a su lado. Se preguntan por ese silencio y, entre risas se van contando sus vidas. Ella esperando que llegue la noche, él que amanezca el día.
La vida regresa y les conecta de nuevo. En apenas dos horas se despierta el magnetismo de las almas, se reconocen de inmediato. En unos instantes los dos quedan envueltos en un halo misterioso de belleza, que todo lo impregna de impaciencia y de deseo. Se desbordan entre los besos regados de caricias que rasgan la piel, mientras se extienden los susurros entre sus cuerpos y se entrelazan ansiando los placeres de sus cuerpos. Laten en la misma dirección, a una velocidad que multiplica las sensaciones, recuperando unas manos cálidas. Entre risas divertidas regresan años enteros. Solos con sus miradas libres de miedos. Estampan sus bocas en un sólo gesto. Arrancan la pasión en un abrazo que ya no se contiene y prendidos, quedan uno del otro en un tiempo imperfecto para otros.

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